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Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora ejecutiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Cuando Nicodemo, un maestro de la ley, se acercó a Jesús en medio de la noche, el concepto de nacer de nuevo fue incomprensible. Un poco sarcásticamente, preguntó cómo alguien ya viejo pudiera entrar nuevamente en el vientre de su madre. Jesús respondió a una pregunta terrenal con una respuesta espiritual.
—Te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. (Jn 3:5-6 NVI)
A través de Su muerte, sepultura y resurrección, somos invitadas a una nueva vida, nacidas de nuevo y redimidas. Lo viejo ya pasó. Lo nuevo ha venido… al nacer de nuevo.
¿Acaso no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús en realidad fuimos bautizados para participar en su muerte? Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte. De modo que, así como Cristo resucitó por el glorioso poder del Padre, también nosotros andemos en una vida nueva.
En efecto, si hemos estado unidos con él en una muerte como la suya, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. (Ro 6:3-5)
¡Me encanta el paralelo entre la muerte, sepultura y resurrección de Cristo y las nuestras a través del bautismo! En Él, podemos “andar en una vida nueva”. Pablo continua su carta a los romanos al aclarar que nos morimos para andar en una vida nueva.
No puedo seguir caminando hacia adelante cuando el pasado me tiene sobrecargada. No puedo seguir atrincherada en el pecado y afirmar que tengo una nueva vida en Jesús. Si pretendo que puedo hacer ambos, 1 Juan 1 dice que me estoy engañando y que la verdad no está en mí.
Unidas con Cristo, podemos morir verdaderamente a nuestra vieja manera de vivir y dejar toda y cualquier cosa que nos separa de Dios. Anhelo vivir como nueva creación en Cristo. Odio cuando mis actitudes, palabras y acciones pecaminosos vuelven. Es posible que mis pecados no sean tan obvios como los de otros, pero no hay pecados menores.
Sólo tú sabes de lo que Dios te ha redimido, una traición traumática, una adicción escondida, la mentira habitual, un pasado tóxico, celos, palabras indecentes… Cuando aceptamos la oferta de Dios por una nueva vida en Su Hijo, nos regala una manera de rechazar cualquier pecado como lo que nos define. Al contrario, para quienes se han unido con Cristo en el bautismo, tenemos un nuevo nombre, una nueva identidad, una vida totalmente redimida. Nos da la bienvenida a comenzar de nuevo.
Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1Jn 1:9)
Sin importar nuestra edad física ni espiritual, metemos la pata al tratar de vivir esa nueva vida en Cristo. Podemos regocijarnos grandemente que Dios proveyó el sacrificio perfecto de la sangre de Su Hijo para lavarnos, limpiarnos nuevamente, ofreciéndonos un nuevo día cuya misericordia es nueva cada mañana (Lm 3:23).
¿Significa que podemos bailar entre la oscuridad y la luz, el pecado y la justicia, las mentiras y la verdad? ¡No (2Co 6:14-16)! A principios de Romanos 6, Pablo dice, “¡De ninguna manera!” Una vez muertos al pecado, una vez conocidos de la luz, una vez encaminados en la verdad, no podemos dejarnos ser tentados a temporalmente alegrarnos en su propaganda falsa y satisfacción vacía.
Ahora, antes de que te golpees sobre las cuántas veces hoy ya has actuado como la “vieja manera” en vez de la “nueva manera”, hecha en Cristo, quiero compartir estas dos promesas:
Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y los cuerpos lavados con agua pura. (Heb 10:22)
—Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo. (Ac 2:38)
Mujeres, ¡Dios sabía que no podríamos hacer esta nueva vida por nuestra propia cuenta! Dios nos dio el Espíritu Santo, una parte de Sí mismo por la que podemos vivir verdaderamente como nuevas creaciones en Cristo (2Co 5:17).
¿Cómo será para ti hoy vivir como una nueva creación en Cristo?
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Escrito por Claudia Pérez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Alabama
Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú […]
Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”. (Mt 26:39, 42, RV1960)
Al leer estos dos versículos, visualizo ese momento en el cual nuestro Señor nos muestra una completa humildad y sumisión; pero a su vez, ese momento de tensión que estaba más allá de toda comprensión humana. Ese momento de separación momentánea de Su comunión con el Padre para redimir y ofrecer salvación a toda la humanidad.
Nuestro Señor obedeció sujeto a la voluntad del Padre, experimentando una agonía tal que es incomprensible e inexplicable para cada una de nosotras: nuestro Señor hecho carne. Aunque nos cuesta entender los designios de nuestro Dios para nuestra expiación, Jesús sí los comprendía. Su agonía y angustia le llevarían hasta la muerte, por lo cual Él sabía que sólo nuestro Dios podía ayudarlo.
En estos días, mi familia y yo atravesamos una situación difícil, en la cual decidimos esperar y confiar en la voluntad de Dios una vez más. Una prueba más que atravesamos con mucha fe y tomados de la mano del Señor en unión con nuestra familia en Cristo.
Recordé un canto en inglés que traducido al español dice así:
El Señor tiene un propósito
y yo tengo la necesidad
de seguir ese propósito,
de ser humilde y esperar,
de descansar en Él,
de sentir seguridad,
estar completa
y ser bendecida
al seguir el propósito de mi Padre.
(The Lord has a will, and I have a need, to follow that will, to humble be still, to rest in it, nest in it, fully be blessed in it, following my Father’s will).
Es en estos momentos donde nos vemos sin control alguno de la situación, cuando podemos sentirnos inseguras, desprotegidas y con temor. Pero Dios nos dice: “No tengas miedo, confía en Mí”. La situación o problema puede parecer muy grande ante nosotros los humanos, sin embargo, en manos de un Dios Todopoderoso no solo tiene la mejor respuesta, si no que tiene un propósito divino. Hay momentos en nuestra vida que parecen no tener sentido, y pensamos que lo que Dios está haciendo en nuestras vidas tampoco lo tiene. Y es en esos momentos donde la voluntad de Dios se está cumpliendo en nosotros para que Su propósito sea cumplido y Su nombre sea glorificado.
Me encuentro en un hospital, en una situación compleja mientras escribo este artículo. Pero en esta situación difícil, he visto la voluntad de Dios en todo lo que hemos pasado. Estando aquí, nos encontramos a unos hermanos quienes han estado aquí por seis semanas, con una situación aún más difícil. Les visitamos, oramos juntos, cantamos y compartimos. Aún recuerdo las palabras de nuestro hermano: “Habernos encontrado no es coincidencia, es por la voluntad de Dios, Dios sabe cuánto necesitaba esto, porque me sentía decaído y triste”.
Cuando nos sometemos a la voluntad de Dios, Él nos usa aún en esos momentos difíciles de tribulación, de angustia y de incertidumbre para alentar a otros.
En estos momentos, también vimos el amor de la familia de Dios. Aun en la distancia, Dios nos ha dado una gran familia quien nos consuela y nos muestra su apoyo. Ese amor proviene de Dios. Es hermoso ver el cuerpo de Cristo unido, orando unos por otros, mostrando el poder de Dios al mundo. En estos momentos difíciles, dos personas han sido agregadas a esta gran familia. ¡El nombre de Dios está siendo glorificado! Hoy vamos a casa, salimos del hospital y aún nos falta un camino por recorrer para la recuperación de mi familiar, y seguiremos confiando en Dios, porque sabemos que El que inició la obra, habrá de terminarla.
Aun cuando las cosas parecen no tener sentido, debemos postrarnos y orar: Señor, entiendo que esto es difícil y quizá no lo comprenda ahora, pero quiero aceptar que Tu voluntad se haga y no la mía. Quiero ver Tu propósito en esta situación y que Tu nombre sea glorificado. Úsame como instrumento, quizás no es lo que yo quiero, pero sé que lo que Tú quieres es mucho mejor, me rindo a Tu voluntad y espero en Ti.
Hermana y amiga, hoy oro a Dios para que, en los momentos difíciles, permitas que tu voluntad se someta a la agradable y perfecta voluntad de Dios. Recordemos, hermanas, las palabras de Jesús: “Jesús le dijo: ¿no te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn 11:40).
¿Deseas someter tu voluntad, rendirte, y esperar en Él? ¿Estás dispuesta a creer para ver la gloria de Dios?