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Escrito por Rayne Gomes, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierrro en Salvador, Brasil
“Sean compasivos, así como su Padre es compasivo.” (Lc. 6:36 NVI)
En mi trabajo, prestamos servicios a una organización pública responsable de otorgar beneficios a los ciudadanos. Es un día normal para mí servir a docenas de personas a las que se les han negado sus beneficios, a pesar de que tienen todo el derecho a recibirlos. Por lo tanto, impugnan la decisión porque, desde una perspectiva humana, todos deben recibir lo que les corresponde y es injusto no darle a alguien lo que se merece.
La perspectiva espiritual de la misericordia consiste precisamente en no conceder algo que se merece, pero para nosotros, esto es una tremenda bendición porque si consideramos lo que merecemos recibir según nuestra naturaleza pecaminosa, no nos quedaría nada más que la condenación eterna.
El escritor del libro de Hebreos habla mucho sobre la mediación y la concesión de misericordia en nuestras vidas. En el capítulo 2, versículo 17, declara: "Por eso era preciso que en todo se pareciera a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y compasivo al servicio de Dios, a fin de obtener el perdón de los pecados del pueblo". Es interesante ver el énfasis que el autor pone en el hecho de que cuando Jesús vino en la carne, experimentó las mismas situaciones que nosotros y vivió la misma realidad que todos los seres humanos. Sin embargo, sabemos que Él no se sometió al pecado. Por lo tanto, ¿qué haría que alguien volviera la ira de Dios sobre sí mismo y recibiera la sentencia que merecíamos? MI-SE-RI-COR-DIA.
Cuando merecíamos la muerte, la condenación y la distancia eterna de Dios... Jesús vino y tomó nuestro lugar para que no recibiéramos lo que nos correspondía. ¡Qué verdadero alivio!
No solo eso, sino que Cristo también destruyó lo que podía incapacitarnos eternamente, nos trajo de regreso a la familia de Dios y Él puede afirmar que sabe exactamente por lo que pasamos porque experimentó los mismos dolores, tentaciones y pruebas para poder ayudarnos mientras estamos en esta vida. Y debido a que Él también ha experimentado esta misma vida, Él verdaderamente tiene compasión por nosotros.
Podemos estar seguros de que, disfrutando de este inmenso beneficio que nos brinda Jesús como seguidores de sus pasos, no hay nada más importante que imitarlo en nuestras vidas ofreciendo también misericordia a nuestro prójimo. Por supuesto, la aplicación será diferente. No podemos hacer expiación, ni necesitamos hacerlo, porque Jesús ya lo ha hecho de una vez por todas. Sin embargo, extender una mano misericordiosa a nuestro hermano o hermana en el perdón, el amor y la empatía nos lleva a una actitud de misericordia, un ejemplo dejado por el Maestro que instruyó a Sus discípulos en Lucas 6:36: “Sean compasivos, así como su Padre es compasivo”.
Tómate un momento para reflexionar: ¿Cómo puedes expresar mejor tu misericordia hacia los demás?
Recuerda, Cristo ya ha hecho la parte más difícil, ¡y Él te ayudará en el camino!
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Escrito por Lisanka Martínez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1 Jn 1:5-10, RV60)
Pasar de caminar en la oscuridad a la luz…
Cuando nos bautizamos y empezamos nuestra vida como nuevas criaturas, en ocasiones no entendemos completamente la trascendencia de este hecho. Tal vez, para quien creció en la fe, con padres, abuelos y otros familiares dándole ejemplo y guiándole desde su tierna infancia, y con un contacto permanente con la Iglesia de Cristo, le sea mas fácil entender este hecho. Aún cuando pase por momentos de duda, confusión e, incluso, rebeldía, siempre tendrá conocimiento de la diferencia entre la luz y las tinieblas, espiritualmente hablando.
Para quienes, como yo, crecimos en un mundo aparentemente normal, donde se seguían normas morales o legales que a veces se saltaban con excusas como “es parte del crecimiento”, “hay que conocer para opinar”, “es el espíritu investigador que hay en mí” o “entendiendo, pero no participando”, entre otras frases parecidas que me animaban a hacer lo que en mi interior sabía que estaba mal, fue un poco más difícil internalizar esas diferencias.
¿Me arrepentía? Yo creía que sí, pero volvía a cometer esos errores, algunos parecidos o peores, lo cual es una muestra de que no era realmente consciente de la naturaleza de la oscuridad en la cual permanecía.
Tras muchos años visitando la Iglesia de Cristo, decidí bautizarme y seguir a Jesús. Confieso que cambiar mi vida, pasar de las tinieblas a su luz admirable ha sido un proceso largo, el cual en ocasiones se me ha puesto cuesta arriba. Me mostró qué tan profundo estuve en esa oscuridad sin querer saber realmente todo lo que era abominable al Señor, creyendo como la mayoría del mundo que con mis acciones no dañaba a nadie, que yo procuraba respetar a los demás y dar a cada quien el lugar que le correspondía. Fue mi error hasta que, en la iglesia, fui aprendiendo un poco cada día de lo que Dios espera de Sus hijos, que debo obedecer aun cuando no entienda de acuerdo a mi conocimiento finito de alguna situación, y que en esos casos debo callar, obedecer, orar para que el Padre Celestial me dé entendimiento y perdone, una vez más, mi ignorancia.
Durante la pandemia empecé a notar cómo otros irradiaban la luz de Dios a través de mantenernos conectados y en comunión aún sin estar presentes físicamente. Agradezco a Dios por cada una de esas personas que fue de ejemplo y que a su vez me enseñó a reflejar la luz de Dios a otros. También agradezco a nuestro Padre Celestial porque pude dedicarme durante todo ese tiempo a aprender cada día más de Él, a escudriñar Su palabra, a orar y alabar con una frecuencia nunca antes aplicada en mi vida. Eso fue una gran bendición en mi hogar.
Sí, debo confesar que allí fue cuando realmente noté, con vergüenza, que mis acciones del pasado sí dañaron a otros. En especial a mi amada hija mayor, a mi madre y a mí misma. Que esas tinieblas tuvieron consecuencias, pero el amor maravilloso de Dios, una vez más, me mostró que la comunión con Él es la mejor respuesta a todo, que el mantenerse en Sus caminos, nos limpia de la maldad, nos ayuda a resistir las tentaciones y nos da la salida correcta para cada situación. Igualmente nos permite predicar con el ejemplo, que ese cambio que hemos experimentado en nuestras vidas, sólo es gracias a la obediencia que procuro hacer de Su palabra.
Sigo pecando, sí, pero ahora con las armas necesarias para enfrentarme a la oscuridad y consciente de que debo mantener encendida la luz de Cristo en mi vida y mostrársela a quienes me rodean para que también conozcan de la salvación y del amor que encontré al vivir en Cristo.
¿Vas a dejarte vencer por las tinieblas o a luchar y mostrar la luz que hay en ti?
¿Qué crees que debes hacer cuando sientas que esa luz se está apagando?
Cuando atravieses esos períodos que quieren llenar tu vida de tinieblas y apagar la Luz que brilla en ti, piensa en que la Luz del mundo vino a darnos libertad y a brillar sobre la oscuridad. Mantente en comunión con Cristo y con Su cuerpo, ora y pide a otros que oren por ti. Dios te bendiga y guie siempre a Su luz admirable.