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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
¿Piensas en ser SANTA? ¿Qué significa esto para ti?
Pedro escribe: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, como está escrito: 'Sed santos, porque yo soy santo'” (1 Pedro 1:15-16 NVI).
Definido de forma sencilla, "santo" significa "apartado para un propósito". La palabra se usa más de 900 veces en las Escrituras. Para mí, eso significa que esto es importante... que Dios está tratando de transmitirnos un mensaje.
En Isaías 6:1-6 leemos de la visión de Isaías y cómo en el versículo 1 las orlas del manto de Dios llenaron el templo. En la antigüedad, la longitud de la cola de la túnica de un rey medía su grandeza. Isaías nos dice que la comitiva de Dios llenó el templo, y la tierra está llena de Su gloria.
Somos templo de Dios, y Su gloria debe llenar nuestra vida.
“Sed santos como yo soy santo” se encuentra varias veces en Levítico y en 1 Pedro 1:16. Otros pasajes como Juan 14:23, 1 Corintios 3:16 y Gálatas 3:20 hablan de Cristo y el Espíritu viviendo en nosotros.
Entonces, si el Santo vive en nosotros, nos hemos convertido en el templo en el que Él reside. ¿Qué significa para nosotros convertirnos en el templo de Dios?
En Juan 17, Jesús oró por nosotras para que vivamos en el mundo, pero que fuéramos separadas del mundo, para que seamos protegidas del maligno. Estamos entre dos lugares... el santo y el común... el limpio y el inmundo... y buscamos diariamente ver la diferencia y tomar decisiones que traen gloria al Padre. Parte de ser santa es tomar una decisión entre lo que Jesús quiere que hagamos y la tentación del mundo que nos rodea.
Cuando somos santas, esto afecta nuestra forma de hablar, nuestra vestimenta, nuestra elección de entretenimiento, cómo pasamos nuestro tiempo, y nuestra actitud hacia los demás. No bromeamos sobre el Santo, pero lo tratamos con reverencia.
Nuestro Padre Celestial exige que lo tratemos como Santo. A Moisés no se le permitió entrar a la Tierra Prometida porque no defendió a Dios como Santo (Números 20:12).
Nadab y Abiú no trataron a Dios como Santo. En Éxodo 24 y Levítico 9 leemos que ellos habían estado entre los elegidos para ir con Moisés y los 70 a ver a Dios… luego en Levítico 10 decidieron “hacer las cosas a su manera”. Dios no se agradó, y murieron. Ellos trataron a Dios casualmente, no como Santo.
En Levítico 10:3 (NVI) leemos: “Esto es lo que ha dicho el Señor: “Entre los que están cerca de mí seré santificado, y delante de todo el pueblo seré glorificado”. Y Aarón guardó silencio.”
Santificado significa: apartado o declarado santo.
Glorificado significa: honrado o exaltado.
Todas llevamos las consecuencias del pecado de Adán y Eva… Ellos exaltaron las palabras de la serpiente y no honraron la santidad de Dios.
Dios demanda que se nos trate como santas y quiere que seamos como Él. Heb 12:14 (NVI): Luchad por la paz con todos, y por la santidad sin la cual nadie verá al Señor.
Así de importante es nuestra santidad para Dios. Si no somos santas, no lo veremos.
Jesús no vino a la tierra y murió por piedad. Él vino a santificarnos y devolvernos a la relación para la cual fuimos creadas.
Como creyentes debemos ser santas no porque queramos ser amadas por Dios sino porque ya somos amadas en Cristo. Amamos porque Él nos amó primero (1 Juan 4:19), y la mejor manera de demostrar que amamos a Dios es procurando ser santas porque Él es Santo.
Una cosa que he hecho al leer la Biblia es escribir los pasajes de las Escrituras que mencionan ser santo o ser como Jesús. Hacer de Jesús nuestro SEÑOR es el camino para ser santas como Él es santo, y lo hacemos mediante la entrega absoluta a Su voluntad
Quiero desafiarte mientras lees las Escrituras para marcar o hacer una lista de las Escrituras que hablan de ser santo. Es posible que no tengan la palabra "santo" en ellas. Puede ser una escritura como Efesios 4:32 que nos dice que seamos bondadosos y tiernos unos con otros.
Recuerda: sin santidad no veremos a Dios. ¡Vivamos nuestras vidas, preguntándonos si lo que estamos haciendo nos hace más como Dios… si nos esforzamos por ser santas como Él es santo!
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Escrito por Rayne Paz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Bahía, Brasil
Jesús revolucionó al mundo. Sus acciones causaron disgusto y desconfianza en medio de una sociedad que estuvo intentando entender la voluntad de Dios, pero estuvieron equivocados muchas veces. Cristo trajo a un mensaje directo de Dios, que era lo que Él quería de Su creación. Pero parte de sus seguidores estaban siendo tratados de manera negativa, ¡las mujeres!
¿Cómo trató y se relacionó Jesús con esta audiencia en particular?
La mujer en el Medio Oriente era devaluada. Referencias del Antiguo Testamento como Débora, Rut, y Ester… habían sido olvidadas durante los años en que Dios “estuvo en silencio”. Esto hizo que las mujeres no fueran tan representadas y fueran menospreciadas.
En los tiempos del Nuevo Testamento, las mujeres tenían un nivel muy bajo cuando eran comparadas con los hombres, pero Jesús las veía como compañeras idóneas. No como superiores, pero también como creación divina y de valor e importancia para Dios y la sociedad. Jesús enfrentó el desafío de incluir a las mujeres como participantes en Su obra de redención. Él ya sabía el impacto que ellas tendrían en Su jornada. Lucas habla de eso en el capítulo 8, versículos 1-3 de su libro: “Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.”
Jesús viajaba con Sus discípulos, tanto hombres como mujeres, pero las mujeres eran quienes le apoyaban financieramente. Entre esas mujeres estaba María Magdalena.
El pasado de María no había sido muy bueno, ella había sido atormentada por demonios (Lucas 8:2). Esto era parte del pasado que la formaba, parte de su historia. Tal vez, María tenía mucha inseguridad sobre caer otra vez, pero esta vez todo era diferente; ella había sido liberada por CRISTO y desde aquel momento en adelante decidió que lo seguiría y apoyaría.
María fue seguidora fiel de Jesús hasta el día de su crucifixión. Mientras todos habían huido por miedo, vergüenza, o porque se sentían incapaces de ver a su Maestro en la cruz, María y las otras mujeres estaban allí (Mateo 27:55-56) sensibilizadas, movidas y preocupadas por Su Señor. Estas mujeres estuvieron entre las últimas personas que contemplaron el rostro de Jesús antes que Él muriera en la cruz, y Dios permitió que fueran las primeras en verlo cuando resucitó (Mateo 28:1-10).
Después de tres días, María vino a la tumba para ungir al cuerpo de Cristo. Ella estaba preocupada sobre cómo lograría abrir la tumba ella sola, pero tenía valentía, así que lo intentaría de todas maneras (Marcos 16:1-3). Mirar a la tumba vacía y recibir la orden de anunciar que Jesús había resucitado le daba mucho temor, entonces ella eligió no decir nada (Marcos 16:8). Ella solamente era una mujer, ¿quién le creería? Y tal vez hasta iban a creer que era su culpa. Era todo demasiado riesgoso. Pero todo cambió cuando Jesús mismo vino a su encuentro. El que le dio una segunda oportunidad, la libró y sanó. Cristo llamó a María por su nombre, y sus ojos fueron abiertos en aquel momento. Ella pudo superar sus miedos por medio de su fe en el Cristo resucitado, “María Magdalena fue a darles la noticia a los discípulos. “He visto al Señor!”, exclamaba, y les contaba lo que Él le había dicho, las cosas que Él le había dicho. (Juan 20:18, NVI) Su encuentro con el Maestro hizo que ella superara sus miedos de testificar y anunciar a la resurrección.
¡Aprendemos tantas cosas de la historia de María Magdalena! Muchas veces estamos libres, pero nuestro propio pasado se aferra a nosotras de manera que nos hace sentir inseguras. Pero como María, necesitamos superar nuestros miedos porque haciendo eso podemos encontrarnos con el Señor y así recibimos resiliencia, nueva vida, confianza, fidelidad. No importa en qué situación estemos, con Él, aun y cuando estamos rotas, tristes y nos sentimos perdidas, podemos estar confiadas de que estaremos con Él. Y así como María Magdalena, si estamos con Él hasta el final, podremos finalmente contemplarlo en la resurrección. ¡Él ya es!
¿Estás lista para anunciar a las Buenas Nuevas a todos?