Nos encanta construir relaciones. Suscríbete a nuestro blog para recibir ánimo semanal en tu bandeja de entrada de correo electrónico.
Etiquetas
Búsqueda
Compras en línea
Nuestros libros, recursos gratis, tarjetas, botellas de agua, y más
Blog
Más entradas del blog abajo
- Detalles
Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Cada vez que escribo un libro, lucho. Lucho sobre lo que debo incluir o excluir. Lucho con mis pensamientos, con encontrar suficiente tiempo, con cómo mejor expresar algo, y con muchas otras cosas. Durante al menos una etapa del proceso de escribir, lucho con Dios.
Escribir libros de estudio bíblico no es el único momento en el que lucho con Dios. Hemos luchado sobre mi salud y la salud de seres queridos, especialmente la salud espiritual. Hemos luchado sobre mi anhelo de entender ciertos pasajes bíblicos, sobre una oración de que se haga Su voluntad junto con una que expresa los deseos más profundos de mi corazón.
Despierta toda la noche, pensamientos encontrados y oraciones sin palabras me han robado el sueño. Luchando contra la incertidumbre y una falta de claridad, he peleado, casi a golpes, día y noche para comprender hacia dónde Dios me estaba guiando. Impaciente y confundida, la tensión de la lucha me aprieta y me doblo, casi al punto de quebranto. Me quedo con la decisión de seguir luchando o rendirme.
Pero imagínate si no me hubiera metido en la lucha… ¿Hubiera ejercitado mis músculos espirituales, fortaleciendo mi confianza en Dios, o llegado a conocerlo y ser conocida por la profundidad de la relación?
Luchar es una forma de conflicto. Me atrevo decir que el libro de Génesis revela que Jacob vivía una vida de conflicto. Comenzó en conflicto con su hermano gemelo, Esaú, desde el vientre de su madre. Cuando le robó los derechos de primogenitura de su hermano mayor, ese conflicto le forzó a huirse, temeroso de las represalias.
Su madre, Rebeca, le envió a su pueblo, donde se encontró en conflicto de inmediato. Por “amor a primera vista” trabajó siete años para Labán, sin perder la vista de su meta: conocer a su novia, Raquel. Sin embargo, fue Lea que le saludó la mañana después de la boda. Trabajó siete años más y se convirtió en uno de los primeros hombres de tener “esposas hermanas.” ¡Vaya conflicto!
Conflicto con el suegro. Conflicto entre las esposas. Conflicto entre los hijos, especialmente después de regalar al hijo favorito, José, una manta de muchos colores. Conflicto sobre la decisión de viajar de vuelta a la región de su juventud, temeroso de causar más conflicto con su hermano que posiblemente no le había perdonado todavía…
En medio de todo ese conflicto, había visto la fidelidad del Dios de su abuelo y de su padre, el Dios de Abraham e Isaac. La mayoría del tiempo, las bendiciones del Todopoderoso salían del conflicto y lucha.
Luchar… tomar parte de una pelea o trabajar con mucho esfuerzo para vencer un obstáculo y conseguir un fin.
Jacob conocía la lucha física y metafórica. Figurativa y literalmente, había pasado por demasiadas luchas y conflictos en su vida. Y a esta altura de la historia, ya era viejo.
22 Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos esclavas y a sus once hijos, y cruzó el vado del río Jaboc. 23 Una vez que lo habían cruzado, hizo pasar también todas sus posesiones, 24 quedándose solo. Entonces un hombre luchó con él hasta el amanecer. 25 Cuando ese hombre se dio cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo tocó en la coyuntura de la cadera, y esta se le dislocó mientras luchaban. 26 Entonces el hombre le dijo:
—¡Suéltame, que ya está por amanecer!
—¡No te soltaré hasta que me bendigas! —respondió Jacob.
27 —¿Cómo te llamas? —le preguntó el hombre.
—Me llamo Jacob —respondió.
28 Entonces el hombre le dijo:
—Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. (Gén. 32:22-28)
Jacob era luchador con mucha práctica. Había “luchado con Dios y con los hombres y había vencido.” En vez de evitar esos conflictos, Jacob había aprendido cómo perseverar por ellos y salir al otro lado como un hijo de Dios bendecido.
En mis tiempos de lucha, se crea una tensión que quisiera evitar. Sería más fácil huir que enfrentarla. Esa tensión es incómoda, agotadora, desgastante y frustrante. Pero también es saludable. Mientras más veces luchamos Dios y yo, más crecimiento viene al otro lado de la tensión.
Como Jacob, he aprendido a aceptar la tensión, a meterme en la lucha, para que Dios me pueda bendecir, personalmente o como ministerio. No lo hago perfectamente y por favor, no me escuches minimizar lo fuerte que es la lucha. Es una guerra… pero una que viene con una promesa de bendición.
Cierro con un ejemplo reciente. Mi salud actual me impide viajar al extranjero, una verdad con la que lucho mucho. Sin embargo, no me sentía bien soltar los planes para proveer recursos para mujeres brasileñas y sus ministerios de damas. No podía viajar a Brasil, pero tampoco podía soltar los planes para el lanzamiento de estos recursos. Me metía más en la tensión, mientras que la presidenta de la Junta, Katie Forbess, y yo servíamos como hierro afilando a hierro en conversación y oración. De repente, Dios nos reveló un plan maravilloso: una bendición que sólo pudiera haber venido de Él.
Versión cortica de una historia larga: Al principio de septiembre, lanzamos los recursos en portugués en colaboración con una congregación brasileña recién establecida en el sur de la Florida. ¡A Dios sea la gloria!
Para más historias que afirman la verdad de las bendiciones de la lucha, busca la historia de Jacob en tu Biblia o pide más historias mías… No huyamos de la lucha, hermanas. ¡La bendición vale la pena! Y no están solas en sus luchas.
#HermanaRosadeHierro #DIOStorias #lucharconelSeñor #lasbendicionesdeDios #aceptarlatension #MichelleJGoff #blog
- Detalles
Escrito por Abigail Baumgartner, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Luisiana
“¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado” (1 Cor. 9:24-27, NVI).
Al crecer como una nadadora competitiva de élite, siempre aprecié las palabras de Pablo a los corintios en toda su intensidad. Como nadadora, trabajé duro para lograr mis objetivos, ya sea pasar a un mejor grupo de entrenamiento, alcanzar un tiempo estándar o ganar una carrera. La metáfora de "correr la carrera" que usa Pablo para hablar sobre la vida cristiana tenía sentido para mí y me hizo comprender la necesidad de que los cristianos sean determinados y disciplinados. Sin embargo, hoy, mientras escribo sobre Pablo y "correr la carrera", recuerdo cómo una vez entendí mal este pasaje. Aunque apreciaba la intensidad de Pablo, algunos mensajes que recogí durante mi infancia en los deportes competitivos me impidieron comprender el hermoso objetivo de esta carrera.
Como nadadora joven, aprendí que yo era la única responsable de mi éxito o fracaso. La cultura del deporte individual me convenció de que, si algo salía mal, sólo necesitaba mirarme en el espejo para ver por qué. En cierto sentido, esto es cierto. Tener el hábito de faltar a la práctica, quedarse despierto hasta muy tarde o comer solamente comida chatarra demuestra una falta de disciplina. Aun así, el mensaje que escuché fue que cualquier defecto era inaceptable. Entonces, cuando hubo días en que no dormí, no comí o no entrené a la perfección, me condené solo por ser humana. Aprendí que, en el deporte, tenías que ser tu propio salvador; no hubo gracia, ni redención. Para alguien con tendencias perfeccionistas, este no fue un mensaje útil.
De hecho, luché durante años para reconciliar este principio atlético profundamente arraigado con lo que sabía acerca de mi Dios. Desde muy joven supe que todo pecado me separaba de Dios (Rom. 3:23), pero que Dios había redimido mi vida por medio de la sangre de Jesús (Rom. 3:24). Acepté ese regalo a través del bautismo a los 12 años. Aun así, sentí una desconexión entre lo que me habían enseñado como atleta y lo que sabía que era verdad como cristiana. Cada vez que leía 1 Corintios 9:24-27, siempre me retorcía un poco; para mí, fue solamente otro llamado a correr hacia la perfección por pura fuerza de voluntad.
Afortunadamente, encontré nueva libertad y profundidad en estos versos durante mi primer año de universidad mientras nadaba para la Universidad Estatal de Luisiana (LSU). Ese año, cuando se acercaba una competencia importante, me invadió el temor de no haber hecho lo suficiente. Por ejemplo…
¿Qué hay de esa vez hace tres semanas cuando no aceleré en la práctica?
No debí haber comido pizza la semana pasada.
¡Son las 11 de la noche y AÚN NO ESTOY DORMIDA!
En medio de esta guerra mental, clamé a Dios y Él me acercó a Él, recordándome que Él es "un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos" (Ef. 4:6, NVI). Dios me recordó que Él no era solamente el Señor de mi vida en un sentido espiritual, redimiéndome de mi pecado, sino Señor sobre todos los aspectos de mi vida. Me recordó de nuevo Su poder sobre el pecado y la muerte, cómo me creó y me salvó... ¿realmente pensé que me abandonaría en una carrera de cualquier tipo?
Lo que aprendí entonces, y a lo que me aferro ahora, es que Dios nunca me pidió que corriera hacia la perfección. Él me pidió “dejar a un lado todo lo que me estorba” y correr hacia Él (Heb. 12:1, DHH). La carrera de la que habla Pablo no es una comprobación robótica de casillas y el premio no es la perfección. La carrera se trata de la maravillosa oportunidad de conocer a Dios y darlo a conocer: Dios es el propósito y el premio.
Aunque me retiré de la natación competitiva en el 2021, sigo atesorando mi nueva comprensión de lo que importa al correr cualquier carrera metafórica o literal. Como estudiante, amiga, hija, trabajadora, mentora o atleta, sé que el verdadero premio y el propósito de mi carrera se encuentran solamente en Cristo. Alabo a Dios por esos años de natación que me enseñaron que no puedo salvarme. Ahora, conociendo a mi bondadoso Salvador, puedo glorificar a Dios por la belleza de Su redención que no se detiene en la orilla del agua, sino que fluye hacia adentro, hacia afuera, sobre, a lo largo y a través de cada parte de mi carrera en formas inesperadas e impresionantes.
¿Cómo ha usado Dios partes de tu historia para hacer que las Escrituras cobren vida en tu vida?
¿En qué áreas de tu vida necesitas dejar la perfección y correr hacia Dios?
#HermanaRosadeHierro #DIOStorias #correrlacarrera #noeslaperfeccion #correrhaciaDios #escritorainvitada #blog