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Escrito por Jocelynn Goff, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro y madre de Michelle J. Goff
Un domingo, hace muchos años, en “los primeros días del matrimonio”, mi esposo se me acercó después de la iglesia y me dijo: “¿Ves a ese hombre de allí? Lo invité a almorzar. "¡¿Hiciste qué?!" Pregunté con incredulidad mientras miraba al hombre que acababa de entrar al edificio de la iglesia esa mañana. Parecía que había dormido con su traje que no le quedaba bien. Tenía enormes escamas de caspa en los hombros del traje y en las cejas; en otras palabras, una presencia menos que atractiva de un hombre. Le dije: "Es un extraño y tenemos una bebé en quien pensar". Mi esposo respondió: “Pensé en eso. Por eso también invité al predicador y a su esposa a almorzar”. Una vez más, mi respuesta fue: "¡¿Hiciste qué?!" Sólo tengo un pastel de carne de una libra (medio kilo) en el horno. No tenemos suficiente”.
Mi esposo dijo amablemente: “Tenemos mucho. Este hombre tiene $2.32 a su nombre y necesita un boleto de autobús y un viaje a la estación de autobuses para llegar a su familia. Vino a la iglesia en busca de ayuda”. ¡Oh, Dios mío! Inmediatamente me sentí humilde y cambié mi respuesta a una oración. “Querido Señor, por favor perdona mi juicio severo e inmediato y por favor proporciona lo suficiente para que podamos compartir como lo hiciste con el almuerzo del niño pequeño de cinco panes y dos pescados”. Esta fue mi oración durante todo el camino a casa desde la iglesia, ya que también estaba pensando en qué más agregar al pastel de carne de una libra.
Cuando llegamos a casa, saqué el pastel de carne del horno y noté que en realidad se había encogido, no crecido. "¡Oh, Dios mío! Querido Señor, todavía necesitamos una multiplicación milagrosa aquí como lo hiciste con el almuerzo del niño pequeño”. Agregué a la comida de pastel de carne tres latas de judías verdes, dos cajas de macarrones con queso y una lata de cóctel de frutas con un banano rebanado. Luego corté el pastel de carne y serví la comida.
A todos se les sirvió un poco de todo: pastel de carne, macarrones con queso, judías verdes y ensalada de frutas. Tuvimos una agradable conversación durante el almuerzo. El predicador y su esposa acordaron llevar al hombre a la estación de autobuses y la iglesia pagaría su boleto de autobús para que pudiera ir a casa con su familia.
Después del almuerzo y cuando todos se habían ido, limpié la mesa y noté el pastel de carne. ¿Sabes qué? ¡Me sobró pastel de carne! Todos habían sido servidos, pero aún sobraba pastel de carne. Recuerdo en el relato de Marcos sobre la alimentación de los cinco mil, “Comieron todos hasta quedar satisfechos, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de pedazos de pan y de pescado” (Mr 6:42-43 NVI).
Entonces, al día siguiente, mientras comía un sándwich hecho con restos de pastel de carne, recordé nuevamente mi oración para que Dios multiplicara el pastel de carne como lo hizo con los panes y los peces y lo hizo, y me dio las sobras como un recordatorio de su abundante provisión.
Mi reflexión después también fue del verículo bíblico, Hebreos 13:2, “No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.” Si bien no sé si este hombre era un ángel, sí sé que este evento, y cada vez que lo recuerdo, me hace reflexionar sobre este versículo y considerar el verdadero significado de la hospitalidad. A menudo pensamos que es abrir nuestro hogar a nuestra familia y amigos. En realidad, eso es compañerismo.
El compañerismo es cuando la conexión o la relación se comparte entre aquellos con un objetivo o antecedentes comunes. La hospitalidad es proporcionar un acto de servicio de dar la bienvenida, recibir, hospedar o entretener a invitados o extraños. Es un acto de servicio a menudo a los más pequeños. En Mateo 25:40 Jesús dice, “El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí’” Como estoy segura de que tú, como yo, quieres servir a Jesús mismo, entonces debemos aprender a servir a los "más pequeños de estos". Esto proporciona la mayor bendición para ellos, para nosotros, y es vivir en el Reino.
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Escrito por Cecília Santana, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Brasil
A lo largo de mi caminar cristiano, he entendido que obedecer a Dios se reduce a las relaciones. Ya puedo oírte decir: "¿Cómo es eso?" ¡Espera, te explico! En Mateo 22:37-40 Jesús dice que amemos primero al Señor Dios con todo lo que tenemos y que amemos a nuestro prójimo como nos amamos a nosotras mismas. En la práctica, estos dos mandamientos significan que primero debemos estar en relación con Dios (orando y meditando en la Biblia) y esta relación influirá en todas nuestras otras relaciones.
Sólo podemos amar a quien conocemos, y para conocer, debemos pasar tiempo juntos. En Hechos 2:44-46 vemos que los primeros cristianos solían hacer cosas juntos. A veces, en la era digital actual, los amigos virtuales reciben más atención que los amigos reales. Como cristianas, debemos ser conscientes de no descuidar el tiempo que pasamos juntos, especialmente después de la pandemia, donde incluso los servicios de la iglesia se volvieron virtuales y la práctica de la hospitalidad corre el riesgo de ser olvidada.
La Biblia habla mucho sobre la importancia de la hospitalidad y hoy quiero citar dos razones para ejercer este don:
1 - Dios nos dio el primer ejemplo a seguir.
Dios quería tener una relación con nosotros, por lo que creó un "hogar perfecto". El Jardín del Edén tenía todo lo que necesitábamos y, lo más importante, Dios caminó con nosotros allí (Gén. 2:15-25). Sin embargo, sabemos que esta relación se rompió por el pecado de Adán y Eva y, como resultado, se vieron obligados a “abandonar el hogar” (Gén. 3:23,24). Poco después, Dios como Padre Amoroso trajo consigo la renovación de Su relación con la humanidad a través de Noé cuando le dijo que construyera una “casa segura” libre del mal, mejor conocida como el Arca de Noé (Gén. 6-9).
Pero nuevamente, la desobediencia nos distanció hasta que Dios restauró una vez más nuestra relación, esta vez a través de Abraham, y el primer paso fue “salir de casa” (Gén. 12:1-3). Esta relación fue tan profunda que vemos a Dios revelando Sus planes para los descendientes de Abraham. Serían huéspedes en otro país por un tiempo (Gén. 15:13), pero luego tendrían su propia casa; una tierra que mana leche y miel (Gén. 15:18-19 y Deut. 6:3). Abraham fue un anfitrión ejemplar cuando recibió a los ángeles (Gén. 18:1-8), al igual que su sobrino Lot (Gén. 19:1-3). ¡En ambos casos, estas visitas resultaron ser enormes bendiciones inesperadas!
La promesa hecha a Abraham (Gén. 12:3) ha llegado hasta nosotras como hijas, por la fe a través de nuestra relación con Cristo quien bajó del Cielo para vivir en la tierra con nosotras durante 33 años (Juan 3:16) y sigue viviendo en nosotras por el Espíritu Santo. Lo más hermoso de esta relación es que Cristo preparó nuestra morada eterna (Juan 14:2-4), entonces sabemos que somos extranjeras en este mundo pasajero y que no podemos apegarnos a nada de aquí. Todo es prestado de Dios y debe usarse para llevar a otros a Cristo.
2 - La hospitalidad es una oportunidad para ejercer el amor en la práctica.
A través de nuestro hogar terrenal que Cristo nos ha confiado, algunos tenemos la oportunidad de mostrar Su amor a los residentes (padres, hijos, cónyuge) que necesitan un lugar acogedor, un “pedacito del cielo” en este mundo oscuro, donde pueden renovar su fuerza física, mental, emocional y espiritual. Ya sea que compartamos nuestro hogar con otros o vivamos solas, este amor debe extenderse a los vecinos, amigos, hermanos y hermanas en Cristo, ¡e incluso a los extraños! (Rom. 12:13 y Gál. 6:10)
Como mujeres sabias tenemos la responsabilidad de mantener nuestros hogares (Prov. 14:1), siendo buenas administradoras y atentas a cómo va todo como la “mujer ejemplar” de Proverbios 31. Nuestras puertas necesitan estar abiertas a la enseñanza de la palabra como lo hizo Lidia (Hch. 16:14,15, 40) para que Jesús pueda entrar y transformar vidas como lo hizo con Zaqueo (Lc. 19:1-10).
Estoy agradecido con la mujer que abrió su hogar a través del cual mi esposo y yo llegamos a Jesús y nos convertimos hace más de 20 años. Por lo tanto, mi consejo para aquellos que piensan que sus casas son demasiado pequeñas o demasiado feas es que dejen de lado esta idea porque lo único que necesitan los huéspedes es que les mostremos el amor de Dios.
Para concluir, quiero compartir tres consejos prácticos de las Escrituras y de mi experiencia personal:
-¡No te quejes! 1 Pedro 4:9-11 nos dice que debemos practicar la hospitalidad sin quejarnos. He tenido la oportunidad de servir ayudando en las tareas domésticas en hogares donde, aun con problemas, mis anfitriones misericordiosos fueron hospitalarios. También he recibido invitados que fueron desafiantes y aprendí a ser más mansa, paciente y autocontrolada.
-¡Nunca esperes nada a cambio! Todo lo que hacemos es para glorificar y honrar a Dios (1 Cor. 10:31). Nuestra recompensa es eterna (Mt. 10:42). Es mucho mejor cuando la iniciativa de corresponder es libre y espontánea, como sucedió con Elías en 2 Reyes 4:8-32. Sé como la mujer sunamita, haz lo mejor que puedas y Dios te bendecirá, y si tú eres la invitada, ¡sé una agradable sorpresa!
-Finalmente: ¡Alégrate, sé generosa y agradecida por la oportunidad de servir! ¡La hospitalidad continúa siendo el medio poderoso de Dios para profundizar las relaciones y cambiar vidas!