Sofonías no es el libro más popular del Antiguo Testamento, pero fue lo que decidí leer hace unas noches. Al tropezarme y desanimarme en los primeros dos capítulos, me acordé de la ira de Dios cuando su pueblo escogido, Israel, no le siguieron ni le adoraron exclusivamente.
Dios es celoso.
Su ira es justa y aunque estaba a punto de castigar y juzgar a las naciones según merecían sus pecados, siempre ofrecía una oportunidad para arrepentirse. Siempre quiere ofrecer “refugio en el día de la ira del Señor.”
La ira, el juicio, y la destrucción de los capítulos 1 y 2 siguen en el capítulo 3 también. El lenguaje pesado que describe la mano castigadora de Dios me abrumó al leer este libro de profecía. Mis temores aumentaron al considerar mi propia infidelidad.
Pero luego, encontré esperanza. La redención fue posible. La destrucción no fue inevitable.
Un remanente permaneció: un grupo arrepentido que siguió fiel a Dios y por el cual las promesas de Dios se realizan hasta el día de hoy.
“No temas, Sion, ni te desanimes, porque el Señor tu Dios está en medio de ti como guerrero victorioso. Se deleitará en ti con gozo, te renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos.” (Sofonías 3:16b-17, NVI)
La verdad de la misericordia de Dios sólo es dulce en vista de la amargura del pecado. La verdad fea del pecado resalta la bella verdad de la redención. Y no se puede tener uno sin el otro.
¿En cuál verdad estás enfocada hoy?
¿Está Satanás tratando de convencerte de una mentira como la que no mereces la misericordia de Dios?
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