Ministerio Hermana Rosa de Hierro

En preparación para el tema de agosto, ¿temor o fe?, quiero compartir una historia de hace como un año…
Mi sobrino estaba jugando en el piso con sus carros mientras yo comí mi cena. Estaba comenzando una tormenta y hubo mucho viento. Escuchamos el trueno, pero no hubo relámpago ni lluvia todavía. Las tormentas de ese tipo no son muy típicos en Denver, donde vivíamos en ese momento, pero sí en Luisiana donde crecí. Así que comencé a explicar el trueno, el relámpago, y las tormentas de una forma que se pudiera entender un niño de dos años y medio.
Kadesh me escuchó un poco, pero prestó más atención a sus carros que a mi explicación… hasta que pasó un tren.
“Tía M, tengo miedo.”
Reunió todos sus carros y cruzó la cocina para sentarse en mis piernas.
“¿Qué te da miedo?”
“El tren.”
“Pero te gustan los trenes. ¿Por qué te dio miedo ese tren?”
“Tengo miedo,” fue lo único que repitió al acomodarse en mis brazos.
Para mí, no me importó de qué tenía miedo ni por qué. No le iba a regañar por tener miedo. Sabía a dónde ir para ser consolado y disfruté su cariño y su confianza.
Esa experiencia me aclaró algo: A veces me castigo o me siento mal por tener miedo. Pero Dios no me regaña por el miedo que tengo. Al contrario, anhela que acuda a él para calmar mis temores. Le encantan los momentos cuando venimos a él, nos sentamos en sus piernas, y descansamos en su pecho, confiando en él que nos puede proteger de lo que nos da miedo.
Toma un momento hoy para llevar a Dios lo que temes. No te va a regañar por tus temores, sino que se va a regocijar en el hecho de que permitiste que tu confianza en él fuera más grande que tus temores.
Si quieres seguir creyendo que siempre está mal temer, ¿qué mejor manera hay de conquistar los temores que acudir al que es mayor que todo temor?