Tomado del capítulo 2 de En la mano derecha de Dios: ¿A quién temeré?
Siempre he confiado en las promesas de Josué 1:5 que Dios nunca nos dejará ni nos desamparará; su llamado a esforzarnos y ser valientes — a no temer en los versículos 6, 7, y 9; y su promesa de siempre estar con nosotros al final del versículo 9. ¿Reconoces el lenguaje similar y la promesa de acompañarnos en Isaías 41:10? Son pasajes paralelos, sin embargo, Isaías agrega un detalle único: las promesas se realizan en la mano derecha de Dios.
Empecé a visualizar el abrazo de Dios que se pinta en su diestra en los versículos 10 y 13, pero nunca comprendí tan profundamente la belleza y el poder de ese consuelo hasta el momento cuando de verdad lo necesitaba.
Fue un momento de gran quebranto en mi vida. Mi prometido había terminado nuestra relación sin advertencia y repentinamente dos meses y medio antes de la boda. Entré en shock y estuve deprimida — tan deprimida que estaba asustando a los amigos y la familia. Comencé a tener ansiedad social, incluso tuve unos ataques de pánico. Me sentí abrumada por las muchas emociones y reacciones que me eran muy extrañas.
No sabía qué hacer, pero una amiga me invitó a pasar unos días en su casa en Atlanta, Georgia (en ese tiempo yo vivía en Baton Rouge, Luisiana). Luego, las dos iríamos en carro a la costa del Golfo en Alabama para un retiro de damas de la Iglesia de Cristo del Sur de Baton Rouge. Después del retiro, volvería a casa con otras amigas.
Paralizada para tomar mis propias decisiones, accedí. Avanza a tres semanas después de la ruptura, en el retiro de damas al que hubiera preferido faltar. Al tratar de eludir la conversación y las miradas patéticas de las otras mujeres presentes, evité mirar a todas a los ojos y puse la cara en mi Biblia. Me encontré en Isaías 41, leyendo y meditando.
Noté la promesa en el versículo 10 que Dios “te sostendré con [su] diestra victoriosa.” Luego, en el versículo 13, leí que Dios, “sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: No temas, yo te ayudaré.” Su mano derecha con tu mano derecha. Las personas se tienen que presentar cara a cara para tomarse ambos de la mano derecha.
Quedé asombrada al darme cuenta de esa realidad: Dios, frente a mí, viendo mi dolor, tomándome de la mano y sosteniéndome en su abrazo. Guao. El Dios de todo consuelo me consoló profundamente en su presencia amorosa en ese momento, encontrándome donde estaba y guiándome a la sanación.
Antes de seguir, te invito a tomar un momento para probar esa promesa…
Para mí, me cambió la vida. El momento ese sábado por la tarde en septiembre cuando sentí la protección y el confort en la mano derecha de Dios está marcado en mi mente y mi corazón. Fue un momento clave en el que Dios me vio, quebrantada, y desnuda delante de él, y estaba bien. Me dio la bienvenida a sus brazos y creo que fue la primera vez que pude respirar bien después de que había perdido el aliento hacía tres semanas.
Durante las siguientes semanas, meses, y años, recordé ese momento y la promesa de seguridad que había encontrado en la mano derecha de Dios. Mis temores no se me quitaron de inmediato, pero recordé que fue posible confiar en él que es fiel — él que había extendido su mano derecha para salvarme y quién lo haría una y otra vez.
Al temer ataques a futuro, abrumada por la duda y frustración, confié en él que protege y dependí de la promesa que me sostiene en su diestra. Descansé, consolada en esa promesa, y me permití pasar un tiempo en la mano derecha de Dios — segura y en paz.
Mi lugar en la mano derecha de Dios no cambió mis circunstancias, pero me recordó que ¡siempre puedo confiar en el Dios que es mayor que cualquier circunstancia! ¡Es más, su mano derecha es tan grande que puede sostenerte también!
El sufrimiento nos invita a poner nuestras heridas en manos más grandes. En Cristo, vemos a Dios sufriendo — por nosotros. Y nos llama a compartir en el amor sufrido de Dios por un mundo dolorido. Los pequeños dolores y abrumadores de nuestras vidas están conectadas íntimamente con los dolores mayores de Cristo. Nuestras tristezas diarias se anclan en la tristeza más profunda de Cristo y por lo tanto, una esperanza mayor. – Henri J. M. Nouwen
Entregué mis cargas, mi dolor, y mi tristeza en las manos capaces de Dios. La mano derecha de Dios me llevó por un tiempo de consejería, con el apoyo de amigos y la familia. La diestra de Dios me acompañó a tomar un paso a la vez y compartir con otros mis luchas y el consuelo que había recibido para que nadie se sintiera sola (2 Cor. 1:3-7). La mano derecha de Dios me guio a iniciar el Ministerio Hermana Rosa de Hierro y compartir palabras de esperanza y promesa en inglés y español con las mujeres a lo largo de las Américas.
“Gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isa. 53:5). El regalo generoso de la salvación fue por su mano derecha traspasada para que los que mueran con él pueden ser resucitados en novedad de vida (Rom. 6:1-6).