Recuerda que ando errante y afligido,
que me embargan la hiel y la amargura.
Siempre tengo esto presente,
y por eso me deprimo.
Pero algo más me viene a la memoria,
lo cual me llena de esperanza:
El gran amor del Señor nunca se acaba,
y su compasión jamás se agota.
Cada mañana se renuevan sus bondades;
¡muy grande es su fidelidad!
Por tanto, digo:
«El Señor es todo lo que tengo.
¡En él esperaré!»
Bueno es el Señor con quienes en él confían,
con todos los que lo buscan.
Bueno es esperar calladamente
a que el Señor venga a salvarnos.
Bueno es que el hombre aprenda
a llevar el yugo desde su juventud.
¡Déjenlo estar solo y en silencio,
porque así el Señor se lo impuso!
¡Que hunda el rostro en el polvo!
¡Tal vez haya esperanza todavía!
¡Que dé la otra mejilla a quien lo hiera,
y quede así cubierto de oprobio!
El Señor nos ha rechazado,
pero no será para siempre.
Nos hace sufrir, pero también nos compadece,
porque es muy grande su amor.
El Señor nos hiere y nos aflige,
pero no porque sea de su agrado.
Lamentaciones 3:19-33