Escrito por Naijuvelin Díaz Leal, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
Haya, pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres: y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Fil 2:5-11 RVR1960)
Cuantas veces hemos oído o leído acerca de la humildad, de desarrollar ese carácter que, aunque difícil, no está tan lejos de alcanzar. El apóstol Pablo invita a los filipenses a formar ese carácter tomando como modelo a Cristo. Nos presenta esta virtud como causa de obediencia y consecuencia de exaltación. Es entonces la humildad un acto de obediencia. En otra ocasión clamaría Pedro: ‘’humillaos bajo la poderosa mano de Dios” (1P 5:6). Vemos cuán importante es y el efecto que esta condición produce en el cristiano, en todo momento o circunstancia. Jesucristo, siendo el Hijo de Dios, no se aferró a ello, sino que se bajó, mostró Su mansedumbre llevando todo azote, enfrentamiento, decepción, presión emocional y traición.
Jesús mostró esta virtud llena de gracia e integridad, fue modelo para los discípulos y ejemplo para la humanidad, no escatimó ser Hijo de Dios para doblegarse y puso de manifiesto toda buena obra que procedía del Padre. En Su condición de Hijo, llevó el sufrimiento para enseñarnos la obediencia y mostrarnos que, en toda obediencia, hay una bendición. Cristo se nos presenta entonces como modelo de humildad en los siguientes hechos concretos que no le anularon la garantía de ser el Hijo de Dios:
- En Su venida a la tierra (2 Co 8:9)
- En Su humildad (Mt 11:29)
- En Su sumisión a la voluntad de Dios (Jn 6:38)
- En Sus sufrimientos (Is 53:1-9)
- En Su entrada triunfal (Mt 21:5,7)
Todo don perfecto proviene de lo alto. Desarrollarlo es una bendición y ejecutarlo produce grandes beneficios. Cuando somos humildes podemos alcanzar la salvación por parte de Dios (Sal 18:27; 1Co 1:26,29) y recibimos Su gracia (Pr 3:34).
Dios honra al humilde (Pr 15:33) y lo levanta (Job 5:11; Mt 23:12; Lc 1:52).
Pero ¿qué es la humildad? ¿Cómo sé que es humilde? ¿Es acaso un estado de ánimo? ¿Una condición? ¿O un estado de pobreza material? Es reconocer y exaltar la voluntad de Dios en nuestra vida, los dones, las virtudes, y la fortaleza (Jn 5:19). Cuando necesitamos constantemente de Dios y confiamos plenamente en Sus planes y los aceptamos, eso nos hace humildes y mansos ante Él; es una actitud de corazón, que va más allá de lo externo. Sometiendo todo pensamiento o deseo a Cristo, llevar los afanes y angustias cautivos a Él, es reconocer Su supremacía exaltando Su poder y soberanía.
Afrontar situaciones en las que debo doblegar, marca un gran desafío. Un desafío continuo de saber aceptar lo que Dios ha determinado. “Padre que pase de mí esta copa, no se haga como yo quiero sino como Tú quieres” (Mt 26:39), es una expresión que me define como humilde en muchos momentos de mi vida fortaleciéndome en todas mis áreas.
En medio de las luchas, el apóstol Pablo continuaba su servicio con humildad a pesar de las tristezas que le asechaban a causa de los judíos (Hch 20:19). Llevaba en el cuerpo las marcas de Cristo, soportaba con paciencia y mansedumbre. Nos exhorta ahora también a nosotros a vestirnos con ese atuendo que nos identifica como escogidas de Dios (Col 3:12).
Asumir esta exhortación nos permite vivir más comprometidas con Cristo, dignas de la vocación con que fuimos llamadas y el Dios de paz guardará nuestros corazones en Cristo Jesús.
¿Estás dispuesta desarrollar esta gran virtud o fortaleza espiritual?