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JohannaEscrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela

Sean humildes delante del Señor, y él los premiará. (Stg 4:10, TLA)

La palabra humildad me conecta con la divinidad de Dios. Hoy reflexiono sobre la profundidad de su significado, que he visto y procurado tantas veces al vivir continuamente Su propósito en lo personal y en lo espiritual.

La humildad en nuestros días la defino como un acto del Espíritu, que me conduce a una actitud del alma. Utilizando las letras de la palabra, la desgloso en las siguientes características:

       Honestidad
       Unidad
       Mansedumbre
       Inteligencia
       Lealtad
       Disposición
       Amor y
       Divinidad al servicio del Padre Celestial

Cada una de las anteriores me han invitado desde que Le conocí a mantenerme en sintonía con Cristo. Al dejarme usar por Dios en Su amado Hijo Jesús y en el poder de Su Espíritu Santo, he visto Su humildad bajo la sumisión, la obediencia y la consciencia continua en hacer la voluntad del Padre antes que la mía. Siempre con miras a la gran meta que me lleva a mantenerme mirando hacia arriba para alcanzar el premio de la eternidad.

Atenta, también a: “Por eso, sean humildes y acepten la autoridad de Dios, pues él es poderoso. Cuando llegue el momento oportuno, Dios los tratará como a gente importante” (1P 5:6).

Por lo tanto, ser humilde, en mi experiencia, es una acción espiritual tan necesaria que, sin duda alguna, me lleva constantemente a la presencia del Señor. En cada área en donde me encuentro, allá afuera a mi alrededor, requiero de altas porciones de sabiduría del Padre Eterno para ser una hija de Dios, escogida y llamada para servir.

Ser, hoy, hija de Dios como lo dice la Biblia ha sido el privilegio más inmenso que puedo tener. Es un honor único que ha requerido en mí un gran autocontrol interior que al comienzo de la vida cristiana me llenó de un orgullo humano, lo que por mucho tiempo contrarrestó la humildad de Dios en cada situación vivida.

Muchas veces, sin darme cuenta, me sentía autosuficiente y la trayectoria era cada vez más humana que espiritual. ¡Sí! Quería seguir haciendo todo con mis propias fuerzas, antes que con las de Dios.

Al pasar el tiempo, me he dado cuenta de que debía buscar con más ahínco, en cada instante, la presencia de Dios en todo, ya que solo Él sabe y puede en todo.

Mis primeras luchas, y las más fuertes, han sido conmigo misma, pensando que solo necesitaba saber que tenía a Dios, sin necesidad de seguir conociéndole permanentemente. Sin embargo, en aquellos momentos, la lucha interior de la fe debía seguir desarrollándose en mí.

A través de pruebas emocionales de ansiedades, mas tarde físicas de enfermedades y pérdidas, escasez y muchas más, e incluso a través de querer tantas cosas a mi tiempo y no en el tiempo de Dios, me ha dado la oportunidad de reconocer, al derecho y al revés, la autoridad plena del Padre Celestial. La que viene de arriba, pues sin duda alguna solo Él es todopoderoso y en Su misericordia infinita, verdadera e inigualable me dará la victoria aquí en la tierra y allá en el cielo.

He podido identificar la humildad que Dios me da en la vida en el silencio, muchas veces en la soledad y paz de saberlo en mí, en sabiduría y el pronto socorro que viene de Él. Por este motivo, la humildad se compara al hecho de reconocer Su dominio, poder y gloria por los siglos.

Así que, continúo luchando en la humildad de Dios por siempre y no en la humana, para lograr vivir y dar a saber el poder del Espíritu Santo en la sociedad en la que me toca vivir. De este modo pretendo alcanzar la sabiduría de la humildad necesaria y útil para llegar a la vida eterna con Dios.

No olvidando las hermosas enseñanzas de Jesús, que con el poder del Espíritu Santo, Cristo venció y hoy venceremos en Su voluntad. ¿Humilde hoy? ¿Con miras al cielo? ¿Irradias la humildad del Señor Jesucristo aquí y ahora?

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