Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Una niña soñó con cómo iba a ser el día de su boda y describió el novio perfecto a su amiga. La amiga, rodeada de muñecas, simplemente sacudió la cabeza y declaró que a ella no le importaba cómo era el aspecto del novio, “Mientras puedo tener cien bebés.”
Las expectativas de ninguna de ellas fueron muy realistas, pero sí fueron creídas profundamente. ¿Alguna vez has creído algo tan clara y definitivamente que te sorprendió o te entristeció cuando la realidad no cuadraba con tus expectativas?
Sucede en las relaciones. Me acordaba clara y definitivamente haber enviado un mensaje de texto y esperaba que mi amiga me respondiera pronto. Después de que pasó un día sin respuesta, cuando me preparé para mandarle mi propia respuesta acalorada, me di cuenta de que nunca había marcado “enviar” al mensaje original.
Sucede a mayor escala. Mi amiga esperaba que la amistad que compartía con su hermana como niñas seguiría como adultas, viviendo en la misma calle, compartiendo sus vidas, sobras de comida, y ¡todo! Pero tu imaginación puede llenar el blanco de cómo o porqué nunca se realizó esa expectativa relacional…
Las expectativas en las relaciones pueden ser a corto o largo plazo, a gran o menor escala, a un nivel superficial o profunda.
¿Qué expectativas has tenido en relaciones con tus amigas? ¿…con la familia? ¿…con compañeros de trabajo o escuela? ¿…con hermanas en Cristo? ¿… con la iglesia?
¿Qué pasa cuando otros no cumplen con esas expectativas? Alternativamente, ¿qué pasa cuando no cumplimos con las expectativas de otros?
Algunas expectativas son buenas, saludables y correctas. Crecemos de ellas. Maestras hablan de desafiar a sus estudiantes para alcanzar las expectativas, no sólo las académicas, más también las de la formación del carácter.
Otras expectativas son malas, no saludables y equivocadas. Nos aplastan. Las redes sociales se han utilizado para establecer expectativas poco realistas y muy dañinas, alimentadas por la comparación y la decepción. ¡Guácala!
Antes de que nos desmenuzamos bajo el peso de las expectativas de otros, permítame recordarnos de bellas expectativas de las Escrituras que sí se cumplieron… pero quizás no cómo primero anticipaban.
Para los judíos que esperaban un Rey de un nuevo Reino, podemos escuchar por sus oídos de anticipación, bajo el reinado romano opresivo. “Se extenderán su soberanía y su paz y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre” (Is. 9:7).
Aunque la profecía proclamó qué deberían esperar, los judíos se confundían en la interpretación de sus expectativas. Querían un rey terrenal. Y antes de que les juzguemos cruelmente, reflexiona sobre cómo tus expectativas se intensificarían o cambiarían después de esperar 400 años.
Gozosamente, reconocemos, a este lado de la resurrección, lo que Cristo dijo a Pilato cuando ya se acercaba la crucifixión.
—Mi reino no es de este mundo —contestó Jesús—. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo. (John 18:36)
¡Amen! ¡Doy gracias a Dios por Su Reino que sobrepasa nuestras expectativas y es más relacional que contractual!
Me es fácil, como a los judíos en anticipación hambriente de un salvador, proyectar mis propias expectativas en Dios: de lo que necesito que me salve o cómo necesito un salvador ese día. Mientras más espero, más exigente me pongo. Para bien o para mal, la anticipación intensifica las expectativas.
En nuestra relación con Dios y las relaciones los unos con los otros, terminamos esperando más de lo que queremos que pase que lo que podemos creer que verdaderamente pasará. Creamos nuestra propia versión de una realidad futura que jamás se realizará. Y luego, nos decepcionamos.
Como nuestro Creador, Padre Celestial, Redentor y Amigo, Dios puede manejar nuestras expectativas y nuestras decepciones. Como nuestro Consolador, nos guía suavemente para entregar todas nuestras expectativas a Él. Es Él que puede transformarlas a que se alineen con los deseos de Su corazón (Sal. 37:4).
Por lo tanto, te invito a confiar en Él que siempre ha tenido nuestro mejor interés en Su corazón y en Quien siempre cumple con nuestras expectativas. Es el mismo hoy, ayer y para siempre (Heb. 13:8). Advertencia: Es posible que Dios tenga que ajustar nuestras expectativas por el camino.
Dios nunca nos va a abandonar. Su Palabra es verdad y Sus promesas nunca fallan.
Dios nos ama a extremos incomprensibles (Jn. 3:16-18).
Jesús nos está preparando un lugar (Jn. 14:2-3).
Anhela morar con nosotros ahora, eternamente por Su Espíritu (Hch. 2:38).
¿Qué expectativas en las relaciones te están atrapando actualmente, sean en relaciones con Dios o con otros? ¿Cómo puedes encontrar libertad en la verdad de una de las promesas de Dios y en Sus expectativas siempre cumplidas?