Como parte de la comunidad de misioneros, me gustaría saludarlos hoy con la canción “El mundo no es mi hogar.”
Uno de los comentarios que más me molestaba cuando venía de visita a los EE.UU. era “¡Bienvenida a casa!” Aprecio y entiendo lo que querían decir con su saludo, pero no sentía que había vuelto a casa. “Casa” ya llevaba un significado distinto después de pasar tanto tiempo en otro país, cultura, e idioma.
No me malentiendan. Hay muchas personas y lugares que me hacen sentir en casa—como parte de la familia y cómoda como para agarrar un vaso del gabinete, tomar una siestica en su sofá, o lavar mis propios platos.
En el reino, Dios nos ha dado la bendición de una familia y una comunidad que trasciende fronteras, culturas, e idiomas.
Pero cuando has vivido en muchas partes y has sido parte de las vidas de mucha gente, tienes la tendencia de anhelar los cielos donde ya todas esas personas queridas estarán juntas por la eternidad.
Cada vez que conozco a alguien que ha pasado tiempo en el ministerio a tiempo-completo o que ha vivido en otro país, hay una conexión instantánea que se forma. Hace poco, escuché la siguiente cita de alguien que había vuelto a vivir en Chile después de haber pasado varios años en los EE.UU. Alguien le preguntó si prefería estar en Chile de nuevo o si le hacía falta su vida en los EE.UU.
“Definitivamente, me contenta estar de vuelta en Chile. En los EE.UU., la gente esperaba que yo fuera americana y ya no soy americana después de haber vivido fuera tanto tiempo. Aquí en Chile, no esperan que yo sea chilena, así que puedo ser mi misma.”
Definitivamente, el mundo no es mi hogar.
¿Qué casa anhelas hoy?