Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas.
¿Qué piensas cuando escuchas la palabra “humilde” o “humildad”?
La humildad se define como: no ser orgulloso ni arrogante... expresar una actitud de deferencia... modesto... sin pretensiones... no ver a los demás como inferiores a uno mismo (o no pensar en uno mismo como mejor que los demás).
La humildad no significa que una persona se rebaje o menosprecie. Es posible reconocer nuestras habilidades y puntos fuertes… y ser felices con nuestros talentos, pero aun así ser humildes porque tenemos una actitud de agradecimiento por lo que tenemos, y nos damos cuenta de que somos bendecidas. Nos da una percepción saludable de nosotras mismas.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la humildad es una cualidad deseable. Es esencial para establecer una relación correcta con Dios y una relación sana con los demás. También describe una cualidad de carácter que se valora a sí misma de manera adecuada y precisa mientras reconoce la pecaminosidad de una... pecaminosidad que está cubierta por la sangre de Jesucristo cuando somos sumergidas para la remisión de los pecados.
La humildad no exige que todo salga a mi manera… no piensa primero en sí misma. El egoísmo es uno de los opuestos de la humildad, porque se pone primero a sí mismo.
Cuando se le dijo a la Agar embarazada que regresara a Saraí y se sometiera a ella, ella lo hizo (Gén. 16:9). Años más tarde, cuando Ismael se estaba riendo de Isaac, y él y Agar fueron despedidos (Gén. 21), no tenemos registro de que ella se revelara o discutiera, pero con humildad tomó las provisiones que Abram le dio y se fue.
Moisés muestra su humildad cuando Dios está enojado con los israelitas y amenaza con destruirlos y comenzar de nuevo con Moisés, y Moisés le ruega que no lo haga (Ex. 32).
Dos veces David impidió que sus hombres mataran a Saúl (1 Sam. 24, 26) diciendo, "No puedo alzar la mano contra él, porque es el ungido del Señor" (24:10b). David era muy amado, y podría haberlo hecho y convertirse en rey, pero eligió dejar que Dios tuviera el control.
Juan (el Bautista), primo de Jesús, tenía muchos seguidores, pero dijo acerca de Jesús: “A él le toca crecer, y a mí menguar” (Jn. 3:30).
Jesús es nuestro máximo ejemplo de humildad. La noche en que fue traicionado, tomó una toalla y una palangana con agua y lavó los pies de Sus discípulos… sabiendo que Judas lo traicionaría, Pedro lo negaría y todos huirían excepto Juan (Jn. 13).
Pablo escribió: “La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Fil. 2:5-8)
Santiago, el hermano de Jesús, escribió: “«Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes»” (Stgo. 4:6).
Proverbios 11:2 nos dice: “Con el orgullo viene el oprobio; con la humildad, la sabiduría.”
Isaías 66:2 lee, “Fue mi mano la que hizo todas estas cosas; fue así como llegaron a existir —afirma el Señor—. »Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra.”
En Filipenses 2:3 leemos, “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.”
Efesios 4:1-2 lee, “Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor.”
Colosenses 3:12 nos dice, “Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia.”
Miqueas 6:8 dice, “¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.”
Es fácil para nosotras querer nuestra forma de hacer las cosas, exigir nuestros derechos, querer ser notadas.
En Lucas 14, Jesús cuenta una parábola acerca de elegir un lugar de honor en un banquete y luego el anfitrión le pidió que se moviera, porque ese lugar era para otra persona. En el versículo 11, Jesús dice: “Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
A medida que honremos a los demás, la gente lo notará y, lo que es más importante, estaremos complaciendo a nuestro Padre Celestial.
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