Escrito por Estefanía Medrano, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en El Salvador
Hace días salí de mi país, para visitar a mi familia en los Estados Unidos, pensé que podría aprovechar el tiempo de viaje y trabajar medio tiempo para ganar también experiencia por lo que empecé la búsqueda de trabajo. Encontré una vacante en un restaurante, prontamente llamé y pregunté si aún estaba disponible. Me contestaron que sí y me agendaron una cita para una entrevista el mismo día por la tarde, pues estaban desesperados por contratar personal nuevo. Me dispuse a ir con el favor de Dios.
La entrevista fue todo un éxito, pues estaba de acuerdo con todo lo que el trabajo esperaba que hiciera, los horarios eran perfectos, era una gran oportunidad. Me dijeron que me presentara al día siguiente, y que comprara un atuendo y calzado especifico, así de rápido fue. Iba totalmente preparada para aprender y dar lo mejor de mí; cuando llegué, me presenté con otra de las manager (no era la misma persona que me entrevistó el día anterior). Esta persona me empezó a pedir muchos documentos que hicieran constar que era ciudadana del país. Evidentemente no los tenía, no iba preparada para dar documentos de ese tipo, pues la persona que me entrevistó, olvidó preguntarme si los poseía. Nunca imaginé que fuesen exigentemente necesarios, y no los poseo, ya que mi estadía no es permanente.
En ese momento esa persona, muy avergonzada, me dijo que no podían contratarme pues era un requisito indispensable y que los disculpara por no habérmelo dicho durante la entrevista. Yo, sonriendo, le dije que no había problema, que entendía totalmente. Me despedí con un estrechón de mano y salí del lugar. Cuando crucé la puerta las lágrimas rodaron sobre mis mejillas sin querer, y luego medité en lo sucedido.
Nunca me había puesto a pensar en el valor de la ciudadanía de un país, y los derechos que ésta le otorga al ciudadano. Al mismo tiempo, se me vino a la memoria la ciudadanía más importante que puede existir, la ciudadanía en el cielo. Nunca olvidaré lo primero que se me vino a la mente cuando salí de aquel restaurante. Me pregunté cómo me sentiré o cómo será cuando esté ante la presencia de Dios, y Él llame a Sus escogidos hacia Su derecha para que vivan una eternidad a Su lado; pues esos escogidos tienen una ciudadanía garantizada en el cielo, con todos los beneficios que ella posee. Mas aquel que no lo tiene, no tendrá ese pase y no se le permitirá entrar; la humillación será grande y el lloro será eterno. Creo que nadie quiere pasar ese momento humillante en el que Dios nos diga que no podemos entrar a vivir con el por la eternidad.
“Pero no me corresponde a mi decir quien se sentara a mi derecha o a mi izquierda. Dios preparó esos lugares para quienes él ha escogido.” (Mc. 10:40 NTV)
“Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir.” (Heb. 13:14 RVR)
La diferencia a mi experiencia con el trabajo, es que nosotras sí sabemos que estamos luchando por lograr obtener esa ciudadanía y obtener todos los beneficios o derechos que ella trae consigo misma.
“En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, donde vive el señor Jesucristo; y esperamos con mucho anhelo que el regrese como nuestro salvador.” (Fil 3:20 NTV)
Esa esperanza debe de ir acompañada del esfuerzo para alcanzarla porque es un lugar sinigual.
“Y tenemos una herencia que no tiene precio, una herencia que esta reservada en el cielo para ustedes, pura y sin mancha, que no puede cambiar ni deteriorarse.” (1 Pe. 1:4 NTV)
Te imaginas ese gran día, querida hermana, el día que todo cristiano espera, ser llamada por tu nombre por nuestro Padre celestial. Y que, al leer tu nombre que está escrito en el libro de la vida, te permita la entrada a la ciudad celeste, porque tú perteneces a ese lugar, eres una ciudadana legitima y podrás gozar de todo lo que allí hay por toda una eternidad.
El día que me presenté al trabajo y me dijeron que no podían contratarme me sentí mal y en cierto modo humillada, pero luego con la mente más relajada, comprendí y acepté que estaba bien pues el restaurante tenía políticas y reglas y no podría llegar a cambiarlas, y recordé las palabras en Apocalipsis…
“No se permitirá la entrada a ninguna cosa mala ni tampoco a nadie que practique la idolatría y el engaño. Solo podrán entrar los que tengan su nombre escrito en el libro de la vida del cordero.” (Apoc. 21:27 NTV).
Dios también tiene Sus reglas o requisitos, y no podemos ir en contra de ellas. Ese gran día del juicio tendremos que ir conscientes de nuestras acciones, de nuestro perfil como cristianas; y si nuestra vida fue conforme a lo que Dios pide en Su manual de vida, que es Su santa Palabra, seremos merecedoras de ese gran galardón.
Es por eso hermana que te invito juntamente conmigo a cada día recordar que debemos redefinir nuestro enfoque en la eternidad al pensar siempre en la verdadera ciudadanía, a cuidar nuestro pase al cielo, a escudriñar la palabra de Dios para saber qué hacer y que no hacer para no perder el privilegio de la entrada a aquella ciudad gloriosa, donde seremos ciudadanas legitimas y gozaremos una eternidad con el Rey.