Escrito por Faith Bailey, estudiante interna para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en el verano 24 de septiembre del 2020
Cuando pienso en la restauración, varias ocasiones inundan la memoria. Se ha visto prisioneros cambiar los corazones de sus captores para Cristo y hacia la compasión; hombres y mujeres se han hecho enteros después de un desamor terrible; sueños se han transformado y resucitado; hermanos han dejado sus resentimientos y quejas; y matrimonios se han dado otra vez al Dios de Amor después de 50 años de daño y desconfianza. Quizás una de las maneras más maravillosas en la que Dios trae restauración en este mundo es en las relaciones. Hay que tener un poder mayor que el de este mundo para cambiar corazones y traer perdón, sanación, y compañerismo sincero.
En el verano pasado, podía ver un ejemplo de este proceso de primera mano, y comparar la restauración del mundo al poder transformador de Dios. En Ruanda en África occidental, tuve la oportunidad de trabajar con una escuela internacional y unos misioneros, y pasar bastante tiempo aprendiendo de los ciudadanos. Conocido por su historia trágica de genocidio y conflicto civil, los ruandeses han pasado los últimos años intentando mejorar su reputación y sanar sus relaciones. Suelen escuchar el mensaje que son unidos y que hay perdón completo.
Como extranjero de visita, uno estaría abrumado por la belleza absoluta del país y de la gente. Su corazón se rompería a causa de la historia y levantado a causa de la nueva historia de perdón y fraternidad. Sin embargo, se sentirá una obscuridad espiritual por todas partes. Si se quedara allí por mucho tiempo, vería el temor y desconfianza entre la gente en la calle.
De verdad creo que anhelan la restauración completa y continuarán animando este proceso de sanación y unidad con toda su fuerza. Muchos ven a Ruanda como un ejemplo increíble por el perdón hasta este nivel tan profundo. A pesar de su esfuerzo y el mejoramiento de su reputación, en muy pocas situaciones sentí la paz que viene cuando personas estén restauradas por el poder de Cristo.
Me di cuenta obviamente que las relaciones no pueden ser restauradas completamente por medio del esfuerzo humano, sino por Dios Padre y el trabajo del Espíritu Santo. Hay agentes de cambio en Ruanda quienes, por oración, buscan a personas de paz y usan sus círculos de influencia para facilitar esta sanación. En estos círculos, me sentí una ligereza y una tranquilidad. Entre cristianos que buscan a Cristo, compartimos historias de sus familias y de la guerra. No suelen hablar sobre estas cosas, pero los restaurados no tienen tanto miedo de lo que no se habla. Están dispuestos a dar a luz estas cosas, porque han experimentado el consuelo de Dios.
No sé completamente cómo se reponen los pedacitos otra vez. Pero sé que aparte de Él, no hay sanación duradera. Él restaura. Él revitaliza el alma. Él revive los huesos. ¿Quién más puede hacer lo que Él puede hacer?
“La mano del Señor vino sobre mí, y su Espíritu me llevó y me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasearme entre ellos, y pude observar que había muchísimos huesos en el valle, huesos que estaban completamente secos. Y me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?» Y yo le contesté: «Señor omnipotente, tú lo sabes».
Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos, y diles: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Así dice el Señor omnipotente a estos huesos: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir…
Tal y como el Señor me lo había mandado, profeticé. Y mientras profetizaba, se escuchó un ruido que sacudió la tierra, y los huesos comenzaron a unirse entre sí. Yo me fijé, y vi que en ellos aparecían tendones, y les salía carne y se recubrían de piel, ¡pero no tenían vida!
Entonces el Señor me dijo: «Profetiza, hijo de hombre; conjura al aliento de vida y dile: “Esto ordena el Señor omnipotente: ‘Ven de los cuatro vientos, y dales vida a estos huesos muertos para que revivan’”». Yo profeticé, tal como el Señor me lo había ordenado, y el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie. ¡Era un ejército numeroso!
Luego me dijo… “Pondré en ti mi aliento de vida, y volverás a vivir. Y te estableceré en tu propia tierra. Entonces sabrás que yo, el Señor, lo he dicho, y lo cumpliré. Lo afirma el Señor” (Ezequiel 37:1-5, 7-10, 14).
Tal como sabemos que las cosas de esta vida serán destruidas y rotas, la restauración pasa en el Reino de Dios cada día. Dios no hace promesas falsas. Si nos llama a amar a nuestros enemigos, podemos confiar de que ya conquistó la situación. En Cristo, tenemos la esperanza de restauración en nuestras relaciones, las cual son tan esenciales en la vida. Los huérfanos han sido colocados en familias. A los silenciados se ha dado una voz. Los cautivos de odio han sido libertados. Y Su restauración se estira continuamente más lejos y profundamente en estos corazones.