Escrito por Sabrina Nino de Campos, líder del equipo portugués del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Metairie, LA
Ha sido difícil para mí hablar sobre cambios, el 2020 ha sido un año difícil para todos, pero ya en el 2019 los cambios en mi vida empezaban. Mi esposo y yo, después de servir en la iglesia en Argentina por 4 años decidimos mudarnos a los Estados Unidos. Era un nuevo desafío y una nueva fase de nuestras vidas, pero estábamos emocionados. Con tristeza, ya que dejábamos a nuestra familia argentina, pero con una nueva esperanza.
Los cambios planeados nos traen muchas buenas emociones, aunque tengamos ansiedad por lo que nos espera en el futuro. Siempre pensamos que, aunque vengan desafíos y dificultades, también habrá bendición. Pensamos en muchas diferentes situaciones futuras y cómo responder a ellas. ¿No es así?
Nos preparamos para las aventuras y nuevas oportunidades de aprendizaje con una mirada de esperanza por lo que Dios hará a través de nosotras.
Pero, ¿Cómo reaccionamos cuando el cambio nos sorprende?
Faltando pocos meses para que nos mudáramos, recibí la noticia de que mi mamá había sufrido un ataque cardiorrespiratorio y estaba inconsciente. Mi mamá recién había cumplido 56 años, un par de meses antes se había hecho todos los exámenes para el corazón y todo le había salido bien. Nadie esperaba por algo así en nuestra familia. En menos de 24 horas tuve que arreglar todas mis cosas y volar a Brasil, sin saber si cuando llegara allá mi mamá estaría viva o no.
Mi esposo y yo compramos pasajes para estar una semana, pero mientras los días pasaban y mi mamá no despertaba tuvimos que tomar la decisión de que yo me quedaría en Brasil un mes más y luego regresaría a Argentina. Al terminar el mes, mi mamá recién se estaba despertando de su coma. Así que lo que serían 4 meses más en Argentina, se volvieron 6 meses viviendo en Brasil, sin poder despedirme, mientras mi esposo cuidaba de todos los detalles de la mudanza con la ayuda de nuestros amigos y hermanos, a quienes no he podido visitar desde aquel día en que me tuve que ir sin saber que no regresaría.
Ahora estamos en los Estados Unidos y todavía luchamos para regresar a la “vida normal.” No ha sido fácil. Yo he mirado las cosas de manera negativa mucho más que en maneras positivas. Yo no podía ver a Dios en nada de lo que me estaba pasando y todavía es difícil.
¿Te has sentido así en algún momento de tu vida?
El cambio que ha pasado en mi vida no es algo que he querido, y si tuviera la oportunidad de cambiarlo, lo haría. Mis prioridades cambiaron de una manera que yo no deseé en mi corazón. No tuve tiempo de prepararme y planear cómo serían los desafíos y dolores en el camino.
¡Los cambios inesperados nos ciegan!
Pensemos en los dos discípulos en camino a Emaús en Lucas 24:13-35. Ellos andaban con Jesús y estaban emocionados de todo lo que Él podía hacer. Probablemente pensaban, “ahora sí, se va a redimir la gloria de Israel.” Así que cuando Jesús fue crucificado toda su esperanza se fue, todo había sido en vano. Entonces, regresan a su casa, a vivir la vida “normal.” Nada ha cambiado, sus prioridades son las mismas.
¿Has estado tan ciega que no has podido ver a Jesús caminando a tu lado?
Así actuamos nosotras, no reconocemos a Jesús en nuestros dolores y muchas veces ni queremos reconocer nuestros dolores mismos. Vivimos la vida como si nada hubiera cambiado. Nuestras prioridades son distorsionadas. Pero Cristo nos invita a abrir los ojos y ver que aún en las situaciones difíciles, en donde no hay bendición visible, Él camina a nuestro lado. Jesús nos invita a volver a la Prioridad principal y verdadera. A seguirlo en el camino, dondequiera que Él nos quiera llevar.