Escrito por Corina Díaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Buenos Aires, Argentina
Una de mis cartas favoritas es Colosenses, sobre todo porque tiene una interesante introducción y exaltación de Cristo.
“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.” (Col.1:15)
Dios, el Todo, es el invisible Creador del universo, ¡qué cosa fantástica! Sin embargo, algo aún más fantástico es percibir que nuestra fe trasciende y sobrepasa a todo lo visible.
En la vida cotidiana es difícil creer en cosas que no vemos, nuestra era prácticamente nos lo impide, creemos en acontecimientos respaldados, que tengan evidencia y que revelen resultados extraordinarios. Sin embargo, el mismo Pablo nos dice que Jesús es la imagen de un Dios invisible. Entonces, ¿Cómo es posible creer en lo invisible? Esta es la magia del poder Dios, habitar en nosotros de forma invisible, pero no imperceptible.
En Colosenses 1:17 Pablo nos aclara un poco el asunto, nos regala un par de características acerca Jesús: Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. Jesús ya estaba antes que todo lo creado y le dio forma a todo lo que hoy conocemos. El hecho de reconocer la creación como obra divina es la mayor evidencia de nuestra fe en el Dios invisible.
No necesitamos ver a Dios porque vemos Sus obras, y Su obra más importante somos nosotros, los principales embajadores de Cristo, coherederos del reino. Por lo tanto, somos invitadas y responsables en participar con Cristo en la redención de la creación visible de un Dios invisible.