Cuando ningún otro israelita quiso enfrentar a Goliat, David se ofreció. Sus hermanos temblaron con las amenazas; David se molestó cuando Goliat desafió a Israel, al nombre de Dios, y la gente de Dios.
Sin embargo, cuando David empezó a averiguar sobre pelear al gigante, le acusaron de buscar su propia glora.
“Eliab, el hermano mayor de David, lo oyó hablar con los hombres y se puso furioso con él. Le reclamó:
—¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Con quién has dejado esas pocas ovejas en el desierto? Yo te conozco. Eres un atrevido y mal intencionado. ¡Seguro que has venido para ver la batalla!” ~ I Samuel 17:28
El hombre con un corazón conforme al de Dios – ¿mal intencionado o con el deseo de hacer brillar a Dios?
Unos pocos versículos más adelante, vemos la respuesta…
“David le contestó:
—Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado. Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos; y yo te mataré y te cortaré la cabeza. Hoy mismo echaré los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras del campo, y todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel. Todos los que están aquí reconocerán que el Señor salva sin necesidad de espada ni de lanza. La batalla es del Señor, y él los entregará a ustedes en nuestras manos.” ~ I Samuel 17:45-47
Cuando piensas en la historia de David y Goliat, ¿a quién das la victoria? El primer pensamiento es en David. Reconocemos al que gana la victoria y descuidamos la gloria y la honra que van al que hizo posible la victoria.
Vamos a tomar un momento para aclamar al héroe conquistador verdadero – al Dios que nos concede la victoria por el poder de su nombre.