Escrito por Mery Pérez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
El fantasma del fracaso vendrá a visitarte cada cierto tiempo en forma de rechazo. Y en ese momento pensamos que en la vida de una hija de Dios no deberían existir fracasos, que tal vez si fracasamos ya Dios no nos verá como hijas suyas, pero ¿Qué pasa cuando el fracaso llega? ¿Qué pasa cuando hay un capítulo en tu vida que te condena? ¿Qué pasa cuando te sientes hundida como Elías cuando llegas al Monte de Horeb buscando la presencia de Dios?
Desde pequeña conozco la Palabra de Dios, mi madre ha sido quien me ha guiado en Sus caminos. No imagino mi vida fuera de la iglesia, desde muy joven me he dedicado a enseñar, de hecho, soy maestra de profesión, pero en la iglesia he sido maestra de clases bíblicas desde que tengo 16 años. Ahora estoy próxima a cumplir mis 38 y no he dejado el don que Dios me ha regalado. A los 27 años me casé con un hombre cristiano y luego de 6 años de matrimonio, nos divorciamos, cosa que nunca esperé ni quise en realidad. Fue una época bastante dura, pues en un tiempo de año y medio, nació mi segundo hijo, quien tiene Síndrome de Down, murió mi padre seis meses después de su nacimiento, y mi esposo me abandonó un poco después que mi hijo cumpliera un año. El tener un hijo con esta condición ha sido uno de los desafíos más retadores que Dios ha puesto en mi vida, pienso que fue uno de los detonantes de mi separación también. Pero sin duda alguna Andy, mi hijo, ha sido un aprendizaje maravilloso que no cambiaría por nada en el mundo.
Luego de mi divorcio y al volver a estar sola (es decir, siendo “soltera de nuevo") con dos hijos y también sintiendo vergüenza delante de Dios por ahora estar “divorciada”, me preguntaba, “¿Cómo es que puedo seguir enseñando a niños y a otras hermanas y seguir siendo ejemplo ahora?” “Ahora la gente va a mirar mis errores”. La verdad no me sentía digna, no me sentía como ejemplo y aunque quería seguir estando activa para poder enseñar no encontraba como pedirle al liderazgo que me diera de nuevo la oportunidad para seguir haciendo lo que me gusta hacer dentro de la iglesia.
En realidad, este proceso me ha hecho aferrarme más a Dios, pero Él dice que para comenzar de nuevo —luego de un fracaso— hay que ser sincero. No sé de dónde sacamos la idea de que tenemos que fingir ser perfectos. No lo somos. Ninguno hemos alcanzado la perfección. Yo tampoco. Dios está creando un estampado con el tejido de nuestra vida. Y será hermoso. Todo encajará. Pero en ocasiones, desde nuestro punto de vista, puede parecer un desastre, un revoltijo. Cuando repasamos nuestra vida, pensamos: «¿Cómo saldrá algo bueno de todo esto?»
Nuestro Dios es un Dios de segundas oportunidades y nuevos comienzos. En la Biblia tenemos ejemplos de muchos personajes que cometieron errores y que, a pesar de ellos, Dios nunca los desechó. También pude notar que dentro de la congregación habían varias hermanas que estaban en la misma situación que yo, “solteras de nuevo”, y pudieron criar a sus hijos y seguir enseñando a las más jóvenes, siendo ejemplo para mí y no sólo eso sino que muchas de ellas han sido esas voces constantes que me dicen que sí se puede, que Dios nos sigue amando y que Su gracia nos cubre, siempre y cuando tengamos un corazón dispuesto. Son esas hermanas que han estado también en mis zapatos y pueden entender desde la empatía cómo se siente pasar por esta situación. No se trata de una perfección fingida, porque ¿Hay acaso algo que Dios no sepa?
El éxito del siervo de Dios no reside en el resultado, sino en obedecer íntegramente las palabras de Dios hasta el final de sus días. Lo vimos en una mujer como Rut, que, estando sola de nuevo al enviudar, Dios la bendijo grandemente y la redimió, y a través de ella vino la descendencia de Jesús, del propio Hijo de Dios.
Finalmente pude entender lo que dice Romanos 8:28: «Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados». Y asimilar e internalizar que puedo ser auténtica delante de Dios como lo muestra el mensaje de 2 Corintios 12:9: «Pero el Señor me dijo: Mi bondad es todo lo que necesitas, porque cuando eres débil, mi poder se hace más fuerte en ti. Por eso me alegra presumir de mi debilidad, así el poder de Cristo vivirá en mí».
En realidad, la historia es mucho más larga pero sólo me resta decir que quiero seguir siendo fiel a mi Señor a pesar de mi pasado y mis errores, poniendo en práctica los dones que Él me ha dado para servirle. Y no sólo eso, tener la vida que tengo me ha permitido acompañar a otras familias que tienen hijos con la misma condición de Andy, dentro y fuera de la iglesia. Y de verdad ha sido una enseñanza maravillosa y una oportunidad para aprender y fortalecerme mucho más.
Doy gracias a Dios por Su amor infinito y porque es el único que conoce mi alma a la perfección y aun así me ama, tanto que dio a Su Hijo en la cruz para que muriera por mí y me diera vida eterna.