Escrito por Ana Mendoza, representante del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Cuba
Comencemos con esta pregunta: ¿Qué me ha pedido Dios que haga?
Nuestro Padre no te pide que hagas alguna cosa sin darte las herramientas, sin equiparte para hacer lo que te ha pedido.
Esta encomienda del Padre la podemos enfocar de dos formas:
1- Siendo negligentes
Postergando el llamado; delegando la responsabilidad en otros; sintiendo que somos inferiores al resto del grupo; no es mi prioridad; mi tarea no es tan importante; quiero, pero no tengo tiempo; lo haré, pero no ahora.
2- Siendo diligentes
Creo que debo hacer lo necesario para crecer ser edificada y poder ayudar a otros. Entiendo lo bueno que es para mí esta palabra.
Salmos 37:4
Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Efesios 6:18
Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.
Fuimos creadas con un propósito, el Creador espera que seamos diligentes.
Alguien te regala un hermoso ramo de rosas y lo pones sobre la mesa. Te dices, “No tengo un lindo jarrón donde pueda lucir este hermoso ramo.” Así que piensas, “Bueno, lo más importante no es el jarrón, sino es que las rosas luzcan su esplendor y perfume.”
Te encaminas con el propósito de buscar una vasija con agua fresca para prolongar la belleza y perfume de las rosas. Al llegar a la cocina te ocupas elaborando los alimentos, haciendo algunas llamadas y otras tareas de gran importancia. Al llegar la noche cuando vas a servir la cena, ves las rosas mustias, sin aroma, ya sin vida.
Postergar el deseo de tu corazón cambió la realidad del propósito de las rosas, que era alegrar y perfumar el hogar.
No permitas que un descuido marchite el propósito para el que Dios te creó. No importa si no eres un hermoso jarrón. Lo importante es el agua que dará vida a las rosas, al ministerio, al llamado que Dios te dio. Disfruta el llenar tu cántaro de agua fresca cada día, de la que puedas saciar la sed del cansado y sediento.
Ahora quizás con más claridad puedas responder la pregunta que presenté al principio, “¿Qué me ha pedido Dios que haga?” Quizás cómo Isaías la contestó:
Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. (Isaías 6:8)