Escrito por Kimberly Edwards
1 Tesalonicenses 5:17 nos manda a orar sin cesar. Se nos hace fácil leer ese versículo y no pensar en lo que de verdad significa.
Jesús estaba en constante oración y comunicación con Dios. Nos mostró cómo debemos dejar las multitudes y apartar un tiempo para escuchar a Dios, especialmente al final de unos de Sus días más ocupados.
El otro día, me sentí totalmente frustrada con mi hija que tenía un año. Era como si parte de su naturaleza era llevarme lo contrario en todo, hasta en las cosas más sencillas que le pedía. Desesperada, me encontré arrodillada, inclinada de rostro, pidiéndole a Dios paciencia y obediencia. Me sorprendió su reacción positiva. Vino y me obedeció.
Más tarde el mismo día, lo mismo estaba pasando, así que nuevamente, incliné mi rostro, un poco menos frustrada y comencé a orar nuevamente… Pero esta vez, mi hijo de cuatro años vio lo que estaba pasando y me preguntó: “Mamá, ¿qué haces?” Mi respuesta sencilla, al mirarle en los ojos fue, “Estoy orando por paciencia y paz.”
No tuve que predicar un sermón. No tenía que regañarles. Sólo tenía que obedecer a Dios con mis acciones. Espero vivir una vida de buen testimonio delante de mis hijos. Espero que me puedan ver en mis momentos más frustrantes, en los momentos gozosos, en los tiempos quietos o súper ocupados, arrodillada en oración al Creador. No es solamente una rutina antes de acostarse o antes de comer, sino que sale de una dependencia de Dios que le llamamos, “Abba, Padre. Perdóname. Dame la fuerza para ser como Jesús. Calla a mi acusador. Enfoca mis pensamientos en Ti.”
Había un cuadro de punta de cruz en la casa donde crecí que decía, “Si el día está hecho en dobladillo por la oración, se le hace más difícil desenredarse.” Que vivamos una vida confiando en Él, dependiendo de Él, profesando nuestro amor y adoración, en constante oración y comunión con nuestro Creador.