Escrito por Kara Benson, voluntaria para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Little Rock, AR
“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero.” (Col. 1:15-18)
¡Wow! Si leíste por encima o te saltaste el primer párrafo, te animo a que regreses y vuelvas a leerlo. ¡Estos son versos dignos de ser meditados que proclaman el poder y la preeminencia de Cristo! De tiempo en tiempo, yo necesito un recordatorio de que Cristo es nuestra cabeza.
Cristo es nuestra cabeza, no las personas. A menudo, somos culpables de poner a las personas en un pedestal. Ellos son maestros que inspiran, grandes ejemplos, y nosotros naturalmente les seguimos. Sin embargo, estimar a alguien demasiado alto puede ser destructivo para nuestra fe en caso de que ellos caigan. ¿Qué sucede cuando nuestro amado predicador, nuestro maravilloso líder de alabanza, o nuestro estimado anciano falla? ¿Te sentirías perdida sin él o iniciarías a cuestionar tus propias convicciones? ¿O tu fe en Cristo permanecería vibrante?
Jesús es nuestro sumo sacerdote; nadie más puede estar entre Dios y nosotros (Heb. 4:14-15). La primera carta a Timoteo 2:5 dice, “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” Nosotros no deberíamos dejar que las opiniones y decisiones de otros afecten nuestra relación con Dios. Si confiamos en la humanidad, entonces estaríamos continuamente decepcionados. Pero “Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él” (Jer. 17:7). Las personas inevitablemente van a decepcionarnos, pero Dios permanecerá como Torre Fuerte para el justo.
Cristo es nuestra cabeza, no la cultura. Déjame ser la primera en decir que la cultura es bella. Aprender de las costumbres, las comidas, los días festivos, la música, y los idiomas del mundo es fascinante para mí. Me enamoré del idioma español y lo estudié en la escuela por nueve años. Apocalipsis 7 describe mi escena favorita de la Biblia: personas de toda nación, tribu, e idioma estarán delante del trono, vestidos de blanco, y adorando a nuestro Dios. ¡Estoy muy emocionada por poder ver ese día!
Nosotros ciertamente podemos celebrar nuestra cultura y estar orgullosas de nuestra herencia. Pero cada cultura tiene imperfecciones porque está cultivada por personas imperfectas y rotas. Hay partes de cada cultura que son pecaminosas y necesitan ser redimidas. En Romanos 10:2-3, Pablo escribe que la gente buscó establecer su propia justicia en lugar de tener la justicia basada en Dios. Las culturas variarán y cambiarán a través de los años, cambiando con cada generación. Sin embargo, Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre (Heb. 13:8). Pablo estaba dispuesto a dejar a un lado su historia cultural cuando fue necesario para responder a un llamado más alto, específicamente para ganar lo perdido (1 Cor. 9:19-23). Seguir a Jesús y Su Palabra toma precedencia sobre cualquier cosa. Nuestra lealtad es a Cristo y al reino de Dios ante cualquier reino terrestre, nación o cultura.
Cristo es nuestra cabeza, no mis emociones. Ansiedad, ira, amargura, soledad, pasiones románticas, orgullo… Si no soy cuidadosa, mis emociones pueden robarse el show y robarme a mí. Ellas pueden causar que yo reinterprete la escritura para ajustarla a lo que quiero o para justificar mis pobres elecciones. Yo puedo sentirme fuertemente de cierta manera, pero el corazón es engañoso sobre todas las cosas (Jer. 17:9). Las emociones nublan nuestra visión, y es por eso que debemos llevar todo pensamiento cautivo y hacerlo obediente a Cristo (2 Cor. 10:5).
El cuerpo solamente se mueve a donde es dirigido por la cabeza. Cuando una parte de nuestro cuerpo no obedece a nuestra mente, por lo general hay dolor y una disfunción. Asimismo, cuando nosotros seguimos a la gente, la cultura o las emociones, allí habrá desunión y conflicto en el cuerpo de Cristo. Recordemos que Cristo es nuestra cabeza. Como cristianos, tomemos nuestra dirección y prioridades de Él y Su Palabra.
Su amor y misericordia, Su sacrificio y negación a sí mismo, Su obediencia y deseo de complacer al Padre son nuestro ejemplo. Cristo tiene señorío sobre la iglesia y sobre nuestras vidas. ¡Y Su autoridad es buena y gloriosa porque Él es nuestro Salvador quien nos compró con Su preciosa Sangre! ¡Gozosamente nos sometemos a Él!
“en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. Así llegó a ser superior a los ángeles en la misma medida en que el nombre que ha heredado supera en excelencia al de ellos.” (Heb. 1:2-4)