El Gran YO SOY es el mismo ayer, hoy y siempre. Los regalos que da también son eternos, fieles y verdaderos. Hoy, alrededor del mundo, muchos celebran el regalo de Su Hijo, nacido como bebé, envuelto en pañales, acostado en un pesebre (Lc. 2), un regalo que sigue dando.
Las circunstancias humildes de Su nacimiento demuestran la extravagancia del regalo.
El Rey de Reyes nunca puso corona excepto una corona de espinas (Mc. 15:17).
El Señor de Señores se hizo siervo y se sometió a la voluntad de Su Padre (Jn. 13; Mt. 26:39).
El Señor de los ejércitos fue anunciado por un coro de ángeles, pero pidió que se quedaran quietos cuando decidió hacerse el sacrificio perfecto (Lc. 2:13-14; Mt. 26:53).
Emanuel, Dios con nosotros, no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Mt. 1:22-23; Fil. 2:5-11).
La humildad y la vulnerabilidad del amor de Dios son las mismas cualidades hoy, ayer, y para siempre. Su amor nunca se acaba, nunca falla y nunca se rinde.
El Amor que envió a Jesús a la tierra, el Amor que sacrificó a Su único Hijo, el Amor que perdona a los imperdonables, el Amor cuyas misericordias son nuevas cada mañana… es un Amor que da generosa, incondicional, innegable y extraordinariamente.
Toma un momento hoy para dar gracias a Dios por Sus regalos eternos, el más precioso de todos es el que es, que era, y que siempre será: Su Hijo.
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