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Una compañía celular presentó una pregunta como parte de su promoción que se hizo muy popular, “¿Me escuchas ahora?” Es una frase que se repite mucho cuando uno esté en un lugar donde no hay buena cobertura.
El viernes pasado, estuve manejando por las montañas de Colorado entre Denver y Estes Park. Por supuesto, la belleza de las montañas no permite una buena señal para los celulares, pero vale la pena pasar por lugares tan bellos que Dios creó.
Ya la presidenta de la junta directiva, Katie, y yo llevamos un tiempo hablando, pero habíamos pasado a un tiempo de oración cuando empecé a navegar las carreteras montañosas.
Empecé la oración, levantando al Padre nuestras peticiones personales y para el ministerio – cosas que queremos siempre dejar en sus manos. Katie escuchó y ofreció un “amén” en silencio. Después de un tiempo de silencio, Katie pensó que yo había tomado una pausa y esperó a que yo siguiera, dudando si debería empezar su oración en voz alta. Resulta que se nos había caído la llamada.
Le llamé de nuevo y seguí mi oración, insegura de lo que había oído. Luego de otro rato de silencio, Katie empezó su oración, pensando que yo ya había terminado. Pues, no. Se nos cayó la llamada otra vez. Tardamos más tiempo en darnos cuenta de la llamada perdida esa vez.
Cuando por fin nos volvimos a conectar, nos reímos de la manera en que ninguna de las dos quiso interrumpir la otra y cómo no supimos cuánto había escuchado la otra. Pero, de verdad, no importó lo que escuchó la otra. Porque Dios sí nos oyó.
Los oídos de Dios no dependen de la cobertura de los celulares. Su atención no está limitado a las oraciones de una sola persona a la vez. “¿Me escuchas ahora?” ¡La respuesta de Dios siempre es que sí!
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Al final de junio del 2009, mientras Katie Forbess y su familia estuvieron sirviendo como misioneros en Cochabama, Bolivia, un grupo de jóvenes y cuatro adultos iban en camino a un campamento para el fin de semana. Por el camino, el conductor perdió control del bus y se cayó más de 100 metros por el lado de la montaña.
No se sabía mucho al principio y la iglesia estuvo en shock al enterarse de la muerte de tres de los que estuvieron en el bus. Muchos otros estuvieron en condición crítica. No estaban seguros de quienes habían fallecido y hubo muchos rumores.
La madre de otro misionero, Sharla Marcum, llamó a Katie para averiguar lo que se sabía sobre el accidente, especialmente sobre su hijo, Josué, un colaborador con la familia Forbess.
Llevaron poco tiempo hablando cuando Sharla, sin ningún preámbulo, sin pedir permiso, empezó a orar por Katie.
Katie recuerda, “Sus palabras me impactaron. Llamó con la esperanza de recibir buenas nuevas sobre su hijo y palabras de consolación, pero usó sus palabras para consolar y apoderarme a mí. Me inspiró a orar por otros que estaban procesando el accidente en los días y meses por venir. Me animó a nunca esperar para orar por alguien – en un momento de crisis o gozo, de tribulación o triunfo.”
Gracias, Sharla Marcum, por inspirar a Katie a través de tu oración ese día inolvidable.
Y ahora, Katie y yo te invitamos a tomar la iniciativa y orar por alguien hoy. Le darás un recordatorio tangible de que alguien le está levantando en oración y más también le vas a inspirar con el poder que da la oración.
(El hijo de Sharla, Josué Marcum, sobrevivió el accidente. Tres jóvenes, Belén, Diana, y Ariana fallecieron.)
(Katie es la presidenta de la junta directiva del MHRH.)