A los niños le fascina jugar a escondites. Inician el juego y no importa cuántas veces salen por detrás de una silla, por debajo de una cobija, o por la cortina, se ríen con deleite y gozo de ver cómo ese deleite está reflejado en nuestras caras también.
Me maravillo que nunca cansan de deleitarse en esas cosas pequeñas.
Me recuerda que Dios nunca cansa de deleitarse en nosotros – no importa que cosa más mínima que hemos hecho. Se deleita al ver su deleite reflejado en nuestras caras. Tan sencillo como eso. Somos un deleite a nuestro Padre celestial.
Que te deleites en esa verdad hoy.