Permítanme compartir una de mis historias favoritas de cómo el Espíritu trabaja en y a través de nosotros… En el verano del año 1996, una muchacha en su primer año de la universidad salió para un viaje misionero a Venezuela – su primera vez fuera de su país natal y su primera oportunidad de poner a prueba el español que había estudiado en la escuela por varios años. Pasó las primeras cuatro semanas en campaña con más o menos 20 estudiantes, conociendo a venezolanos, invitándoles a unas reuniones bíblicas coordinadas por la congregación local, estudiando la Biblia con otros, y aprendiendo mucho de sí misma y de una nueva cultura.
Después de las primeras cuatro semanas, ella y dos estudiantes más se quedaron tres semanas adicionales para el seguimiento de los contactos que se habían conocido durante la campaña. El joven que se quedó no hablaba nada del español y la otra chica que se quedó, aunque hablaba algo de español se enfermó con salmonela y estuvo en cama la mayoría del tiempo que les quedaba.
Así que, esa muchacha, novata en su español, y el joven que apenas aprendió a decir “hola,” recorrieron la ciudad, visitando a docenas de personas interesadas en estudiar la Biblia. Visitaban una casa y si era un varón el que solicitaba el estudio, Michelle, como la vamos a llamar, le traducía al joven y si era una mujer la que visitaban, Michelle le enseñaba, mientras el joven leía su Biblia y tomaba el café que les había gustado a todos los estudiantes que visitaron en la campaña.
En una de esas ocasiones, en la casa de una señora que se había anotado para recibir un estudio personal bíblico, Michelle se enfrentó con una pregunta difícil, de la cual no sabía la respuesta, ni en inglés. Y ella se sintió aún menos equipada a contestarla en español. Hizo una oración breve en silencio y unos pocos minutos después, se dio cuenta que acababa de dar la respuesta más elocuente y bíblica a esa pregunta complicada. Pero en realidad, no lo hizo. Ella no dio esa respuesta y ninguna de esas palabras elocuentes fueron suyas. Aun si pudiera haber contestado la pregunta adecuadamente, su español estaba a un nivel que no hubiera permitido palabras elocuentes.
Sí, esa muchacha era yo. Todavía me acuerdo de ese día claramente. No me acuerdo de la pregunta que me hizo la señora, ni su nombre. Pero jamás me olvidaré de la luz que se le prendió en sus ojos cuando el Espíritu tomó control y habló por mí de una manera que no había experimentado antes. Estaba enganchada. Yo supe, desde ese día en adelante que quería dejar que mi vida fuera usada por el Espíritu para compartir el mensaje de Luz a cualquiera que quería saber las buenas nuevas de la esperanza que tenemos en Cristo.
Tomado de Humano Y Santo, disponible por nuestra página web.
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