Me cuesta dormir. Me acuerdo de mis sueños locos cada mañana, así que me hace pensar que no llego a la profundidad de sueño que se requiere para dormir bien aun cuando me caigo dormida por fin. Además, funciono mejor de noche, soy más productiva y creativa. No sirvo tan bien por las mañanas.
Esa situación se me dificulta bastante los domingos por la mañana... un local caluroso hace que mis párpados sean aún más pesados a la hora de la prédica. A veces me paro al fondo para poder mantenerme despierta y atenta.
Recientemente, en un tiempo devocional, leímos Salmo 121, donde menciona que Dios no duerme ni se adormece. Una connotación es que ni siquiera le da sueño. ¡Qué bendición! Dios me está cuidando y está atento a todo lo que hago y lo que los demás hijos suyos hacen, sin un parpadeo, sin que le de sueño. Su Espíritu que se movía sobre la superficie de las aguas sigue moviendo para cuidarnos y estar pendiente.
Qué reflexión de tanta paz. Puedo descansar segura sabiendo que Dios no se adormece. Él está en control de todo. Y eso me llena de paz.
"A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida. Jamás duerme ni se adormece el que cuida de Israel. El Señor es quien te cuida, el Señor es tu sombra protectora. De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. El Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida. El Señor te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre." (Salmos 121:1-8 NVI)