Abrumada por todo lo que Dios ha hecho en mi vida y en la del ministerio, le doy gracias. Tú eres una parte vital de esas bendiciones y, por eso, te doy gracias.
Pero tengo que admitir que no todo aspecto del año se pudo describir como bendición inmediata. En ese momento, se presentaron como cargas, desafíos u obstáculos. Ahora, al reflexionar, puedo recordar que “Su amor perdura para siempre,” tal como dice el salmista repite en el Salmo 136.
Te invito a agregar tu propia estrofa a este salmo:
En lo bueno y lo malo, para arriba y para abajo,
Su amor perdura para siempre.
Cuando veo la mano de Dios trabajando,
Su amor perdura para siempre.
Cuando dudo de Su provisión,
Su amor perdura para siempre.
Durante los viajes en carro, largos y agotadores,
Su amor perdura para siempre.
Por las colas de migración y aduana,
Su amor perdura para siempre.
Cuando Su Espíritu habla a través de mí para tocar las vidas de mujeres a lo largo de las Américas,
Su amor perdura para siempre.
Cuando una noche sin dormir me deja con ansiedad,
Su amor perdura para siempre.
Inspirada a escribir, o frustrada que no encuentro las palabras,
Su amor perdura para siempre.
Dada las palabras para hablar, o dependiendo del Espíritu para hablar por mí,
Su amor perdura para siempre.
Sufriendo por los dolores de crecimiento, personalmente o como ministerio,
Su amor perdura para siempre.
Confiando que Dios revelará Sus respuestas, en Su tiempo,
Su amor perdura para siempre.
Abrumada con todo lo que falta por hacer, incapaz de cumplir con todas las responsabilidades,
Su amor perdura para siempre.
Dios es fiel y alabo Su nombre,
Su amor perdura para siempre.
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