No sé de nada mayor que la oración que podamos hacer nosotros que tiene más poder transformador en nuestras vidas y las vidas de los demás.
“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” Filipenses 4:6-7
Muchas veces oramos con una lista de peticiones: Necesito esto. No necesito esto. Quiero que hagas tal cosa, pero ya has hecho suficiente para hacerme crecer en tal área… Demandamos mucho y tratamos de controlar a Dios, presumiendo que sabemos más que Él.
Gracias a Dios, no somos tan sabios como nuestro amoroso Padre omnisciente quien sabe todo lo que necesitamos antes de que lo digamos, y a quien le encanta escucharnos acercarle y llamarle Abba, Padre.
Vemos ejemplos como los de Abraham y Jacob cuando sus oraciones cambiaron el camino en que Dios llevaba una cierta situación, pero de eso no se trata la oración. Se trata de aumentar nuestra fe y siempre acercarnos a Dios, en quien podemos confiar, quien tiene el poder y el amor para trabajar en y a pesar de cualquier circunstancia para Su gloria. La viuda persistente nos enseñó eso (Lucas 18). Ella fue un ejemplo de fe (v. 8) y su persistencia le fue reconocida—no porque siguió verbalizando su petición, sino porque siempre iba a quien le podía ayudar.
Unos versículos después, vemos el ejemplo de alguien que se reconoció como indigno de ayuda, pero él también fue honrado por su actitud hacia la oración, “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lucas 18:13)
Que todos seamos transformados por el poder de la oración – no una oración contestada, sino el acto de una oración humildemente levantada a nuestro Abba, Padre.