Una buena noche de descanso puede sanar las maldades de uno. Una buena siesta puede revivir a alguien para que pueda cumplir con las responsabilidades del día.
En la universidad, hablamos con orgullo de las noches que pasamos sin dormir. El otro día, escuché a un hombre enorgullecerse del día completo que pasó sin dormir.
Estamos siempre cansados. El estar ocupado es una seña de importancia. Y el descanso se encuentra entre las prioridades más bajas de la lista.
Pero Dios nos dio Su ejemplo y descansó en el séptimo día. Y promete que hará descansar a los que vengan a Él, los que caminan, trabajando encaminados con Él (Mt. 11:28-30).
Luego dijo Jesús: «Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana».
Vengan a Él. Y tomen Su yugo.
Cuando estoy cansada, no quiero agregar ni una cosa más a mi lista de quehaceres. No quiero ni un gramo más de peso en mis hombros, pero el peso del yugo es distinto cuando es el yugo del Hijo, compartido.
El yugo sirve para encaminar a dos toros, trabajando juntos para compartir la carga de la tarea que tienen por adelante.
El Redentor me mantiene encaminada mientras que me ayuda a tomar el siguiente paso. Carga con el peso y me lo hace tolerable. Al liberar mi carga, mi espíritu puede descansar y respirar profundamente de la vida verdadera en Él.