Fue una noche bien tarde después de un día largo. Después de una cena de hamburguesa de venado sobre una gran cantidad de lechuga, me senté para revisar mis correos y quizás escribir un blog.
Había sido un día productivo que incluyó una excursión para ayudar a una amiga que fue de compras. (Sí, no te asustes, pero yo serví como consultante de moda por una tarde, jaja.)
Al abrir mi correo electrónico, me deleité, sobreabundando de gozo, al ver un mensaje de un amigo invitándome a exponer en una conferencia en Cuba y compartir los recursos del MHRH. ¡Guao! Qué bendición. Qué honor. Y qué gozo que me urgía compartir con otros.
En seguida, mandé mensaje de texto a la amiga con la que había ido de compras. Primero le pregunté si había puesto su nuevo suéter rosado para ir a la reunión de la iglesia esa noche. “¡Sí!” Expresó su alegría y el deleite de su familia que se regocijó con ella en su compra.
Regocijándome con ella, le compartí las buenas nuevas sobre la invitación a exponer en Cuba. Mi amiga reaccionó con gozo, tal como esperé que compartiera en esta oportunidad.
Las tremendas sonrisas fueron evidentes por los mensajes, pero luego cambió su tono de voz. Comenzó a comparar las fuentes de nuestro gozo esa noche. Mi respuesta, “Sigo regocijándome contigo. A veces el gozo es simplemente gozo.”
El gozo de su nuevo suéter rosado para mantenerla caliente.
El gozo de la invitación a la conferencia en Cuba.
El gozo no se trata de la comparación.
A veces, el gozo es simplemente gozo.
¿Estás de acuerdo? ¿O qué ejemplo puedes dar de cuando “el gozo es simplemente gozo”?