Escrito por Debora Rodrigo de Racancoj
Muchas de nosotras seguimos a Cristo desde hace años. Muchas asistimos a la iglesia con regularidad. Es más, puede que muchas de nosotras no nos perdamos ninguna de las reuniones semanales que se ofrecen en nuestra iglesia. Puede que muchas leamos la Biblia de forma más o menos regular. De hecho, muchas de nuestras Biblias están gastadas de tanto usarlas. Puede que estén llenas de marcas y señales. Puede, incluso, que seamos capaces de recitar de memoria algunos de sus pasajes. Y en muchas de nuestras vidas es fácil encontrar momentos dedicados a Dios de una u otra forma. Pero una de las actividades en las que, habitualmente, más fallamos las mujeres cristianas de hoy en día es la oración. Ese momento a solas con Dios para el que tan poco tiempo nos dejan los quehaceres diarios. Es posible que te ocurra que, como a muchas de nosotras, la oración sea tu asignatura pendiente.
Podemos encontrar ciertas similitudes con los discípulos en una escena que todos conocemos ya. Ocurrió después de haber decidido dejarlo todo por seguir a Jesús. Después de haber caminado kilómetros y kilómetros junto al que consideraban su maestro. Después, incluso, de presenciar un buen número de milagros y acompañar a esa única persona que movilizaba multitudes enteras. Después de todo esto, cuando habían aprendido muchas otras cosas, cuando habían establecido un nuevo orden de prioridades en su vida. Es en ese momento cuando los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar (Lc. 11:1-13).
Mucho se ha hablado de la oración de ejemplo que Jesús les dio a sus discípulos (vv.2-4). Muchos han copiado sus palabras, otros su estructura, otros su contenido,… Y no es para menos, se trata de una oración magistral, como no podría ser menos. Pero no siempre nos damos cuenta de que, en el momento en el que los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, él ya estaba haciéndolo. “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar” (Lc. 11:1). Él estaba orando, y los discípulos podían ver cómo lo hacía. Hay diferentes formas de aprender; una de las más efectivas es observar ejemplos e imitarlos.
Piensa en todas las veces que has leído en tu Biblia sobre Jesús orando. Jesús oraba en soledad (Lc.5:16), oraba constantemente (Mt. 26:41-42) y durante largos periodos de tiempo (Lc. 6:12); oraba abriendo su corazón (He. 5:7) con humildad ante el Padre (Mt. 11:25) y con reverencia (Lc. 22:41), oraba con propósito (Lc. 22:40) y descargando sobre Dios aquello que le afrentaba (1 Pe. 2:23). Estoy segura de que se te ocurren muchas otras características de la forma en que Jesús oraba. Observa el gran modelo y aprende. ¿En qué se diferencia tu modo de orar del de Jesús? ¿Qué te enseña hoy el Maestro sobre tu forma de orar? ¿Qué necesitas aprender?