El enfoque de mis reflexiones personales y estudio durante la semana pasada ha sido sobre la humildad. Es como que no me puedo escapar del tema.
Los proverbios repiten advertencias para los orgullosos y bendiciones para los humildes.
Números 12:3 me impactó al recordar que “A propósito, Moisés era muy humilde, más humilde que cualquier otro sobre la tierra.”
Y, por supuesto, tenemos la humildad de Cristo como nuestro ejemplo (Fil. 2:3-8).
¿Pero cómo es la humildad?
No es que puedo negar mi igualdad con Dios como hizo Jesús. Sin embargo, puedo hacer que él sea el enfoque de todo lo que hago.
El orgullo se enfoca en uno mismo.
La humildad vuelve el enfoque a Dios.
Pero el orgullo y la humildad tienen una relación íntimamente ligada. Uno sólo puede demostrar humildad en un área en la cual pudiera haber sido orgulloso. Y podemos ir más allá en nuestra humildad que se convierta en una forma de orgullo porque, nuevamente, se enfoca en uno mismo en vez de Dios.
La humildad falsa es el orgullo disfrazado.
La humildad verdadera permite un elemento saludable de orgullo – usar con excelencia lo que Dios nos ha dado, pero siempre y sólo para SU gloria.
Al fin y al cabo, la humildad se trata del corazón y Cristo fue el mejor ejemplo del corazón puro en todo lo que hizo para la gloria del Padre.
Y aquí les comparto la perspectiva que una amiga compartió en un email la semana pasada sobre la humildad:
En años pasados, me ha costado aceptar los cumplidos porque no me gusta que la atención que trae.
Después de llegar a ser cristiana, se me hizo más fácil porque pude responder, “Gracias. DIOS lo hizo, NO YO.”
Desde luego, me ha compungido entender a través de un curso que estoy tomando, que esa respuesta está equivocada también dado que roba a Dios la gloria y el gozo.
Filipenses nos dice que “TODO LO PUEDO en Cristo que me fortalece.”
Podemos enfocarnos tanto en dejar a otros saber que DIOS lo hizo que no vemos ni reconocemos nuestra parte en la victoria.
Jesús espera que hagamos nuestra parte, y por eso necesitamos su sabiduría, discernimiento, poder, y fuerza.
Sin embargo, DECIDIMOS recibir y usar sus regalos, con fe. NOSOTROS hacemos eso. Dios no nos puede forzar los regalos o mágicamente ponerlos a trabajar en nosotros sin nuestra participación.
Por lo tanto, cuando recibimos un cumplido por un trabajo bien hecho, por ejemplo, debemos tomar un momento para DISFRUTAR Y CELEBRAR la victoria en lo que se alcanzó, dado que Dios también se está regocijando y celebrando con nosotros. Cuando simplemente decimos, “DIOS lo hizo,” y lo dejamos así, por temor de ser arrogante y orgullosa, nos robamos y a los que están a nuestro alrededor de la celebración de la victoria en Jesús. Nos robamos y a otros de una experiencia que nos aumenta la fe, crucial para nuestra perseverancia en la carrera. Nos robamos del gozo y la paz de Dios. Hasta ROBAMOS A DIOS de la oportunidad de regocijarse con su hija amada. Por lo mismo, le robamos la gloria que merece en esa situación.