Cuando estaba en la escuela secundaria, la compañía por la cual trabajaba mi papá tuvo un picnic para las familias. Había juegos y actividades para toda edad, pero la parte que más me acuerdo de ese año, fue el sorteo o la rifa.
Como una familia de seis, tuvimos mayor chance de ganar que las familias más pequeñas. Al esperar la llamada de los números, mis hermanas y yo hablamos de los artículos deseados: un televisor grande, un teléfono inalámbrico de dos líneas, y otras cosas populares a principio de los años 90.
Jamás soñamos con ganar, pero fue divertido esperar que llamara uno de nuestros números antes de llegar al momento en que nada más quedaban las gorras y las tazas.
Y de repente, pasó. Era el segundo número llamado y las chicas nos emocionamos al pensar en ganar.
Mi papá volteó y dijo a mi mamá, “Escoge lo que quiera.”
Mi mamá volvió con una batidora de base Kitchen Aid® en sus manos. Nosotras, las adolecentes y pre-adolecentes murmuramos y empezamos a quejarnos de su elección. Mi papá nos calló con dos observaciones:
“Primero, Uds. van a sacar más provecho de esa batidora que de cualquier otra cosa en la mesa. Además, deben recordar que si la mamá no está feliz, no hay nadie feliz.”
Las palabras sabias de mi papá se afirmaron con el tiempo. A lo largo de los años, cada una de las hijas llegamos a tener nuestra propia batidora Kitchen Aid® y hemos observado la verdad de la expresión, “Si la mamá no está feliz, no hay nadie feliz.”
¿Encuentras esa verdad en tu casa?
¿Cómo puede tu salud espiritual afectar positivamente (o negativamente) la felicidad de tu familia?