Dios nos amó al enviar a su Hijo (Juan 3:16).
Y Jesús personificó ese amor para con nosotros al humillarse. El Rey de reyes, igual a Dios, tomó la forma de bebé, lo más vulnerable que uno puede ser – y todo para la gloria del Padre.
Se sujetó a la voluntad de su Padre y se hizo obediente a la muerte, hasta muerte de cruz. Fue el momento más doloroso de su vida, separado del Padre, con todo nuestro pecado encima.
Y Jesús nos amó al tomar la forma de siervo – lavó los pies de sus discípulos (Juan 13) y les enseñó con mucha paciencia, dejándonos un ejemplo a seguir (1 Pedro 2:21).
El amor no busca lo suyo. Jesucristo nos dio el mejor ejemplo de un amor humilde y no egoísta.