Escrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela.
"... Me acuesto y me acuerdo de ti, durante toda la noche estas en mí pensamiento" (Sal 63:6, TLA)
Desde que conocí el amor y la misericordia de un Dios Soberano, orar ha sido una sublime actividad espiritual. En ella, el alma y la divinidad se conectan, haciéndose posible una experiencia de vida y sanidad. Hoy, al estar comprometida con Cristo, cada instante me lleva a una práctica plena con Él y, por lo tanto, a profundizar en la oración modelo que nos dejó.
Justo en mi niñez, la oración aprendida del Padre Nuestro se convirtió en ese conversar directo con Él mismo. No sabía en aquel momento que esta oración sería el patrón de referencia para estructurar mis oraciones de manera particular en cada una de las vigilias del día y de la noche, en donde me llena de fe y conciencia espiritual.
Recuerdo que, hace casi veinticinco años, entré al hospital en proceso de parto de mi primera hija. Era una noche lluviosa y una de las veces en las que comencé a derramarme en la oración. Ordenando los pensamientos y los sentimientos, reconocí lo grandioso de aquel momento de espera al saber que era Él, quien estaba conmigo.
En aquel momento, pasó por mi mente el modelo de oración aprendida desde niña y en aquella experiencia, Dios Todopoderoso y Sus propósitos me llevaban a clamar la santificación a Su Santo nombre. Impulsada en hacer Su voluntad en ese momento de incertidumbre, al no saber que pasaría, llegué a pedir perdón con todo mi ser y a perdonar a mis ofensores de aquel momento. En medio de dolores desconocidos y nuevos para mí, me llenaba también de fuerza, concentración y seguridad que llevó al éxito de una nueva vida para la Gloria de Dios. Esta situación me llenó de satisfacción espiritual desde ese momento y hasta la actualidad. Me apropié de ese orden que permite a mi corazón y alma desligarme de de la naturaleza pecaminosa que, al desconcentrarme contrarresta lo espiritual, y nutrirme en esta carrera de vida.
En lo sucesivo, cada vigilia nocturna me reconforta. Sé que en la presencia del Eterno y en la meditación íntima sin interrupción, mi mente, corazón y alma se unen para establecer la seguridad de Su existencia, dando respuestas en el tiempo perfecto del Señor a cada solicitud y acción de gracias.
Las noches, pese al cansancio del día, son el momento más significativo en mi relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es entonces cuando puedo dar cuenta del día, sus pruebas y sus aprendizajes, siendo para de descanso al saber que todo tiene Su nombre (está bajo Su control).
Orar es, y siempre será, privilegio santo, donde fluye una comunicación única con lo majestuoso del Padre Celestial por medio de Cristo Jesús y Sus enseñanzas, milagros y ejemplos humanos y santos que inspiran a seguir sus pasos de salvación y reflexión continua.
Todo lo anterior señala a esta plena armonía y compromiso con Cristo, es por eso que en cada oración del alma se encuentra tanta paz, que no se compara con ninguna distracción del mundo terrenal.
Igualmente, en la oración aprendes dependencia, sumisión, amor, seguridad y certeza en que todo depende de la voluntad de Dios y no de la propia mia. Orar es y siempre será la vía continua de bendiciones espirituales en todo momento, en tiempos de alegría, en luchas, en pruebas, en momentos de búsqueda de dirección y santidad. Santificas, bendices Su naturaleza divina, enfocas Su voluntad a la que fuimos llamadas, pides ayuda física y necesaria en la sobrevivencia terrenal, te lleva al perdón hacia el prójimo y de los propios, recibes intercesión de no dejarnos caer en la tentación y estás librada del mal.
Cuando no puedo dormir, oro. Cuando duermo, oro y los pensamientos son cautivos a mantenerme consciente de la presencia del Espíritu Santo en cada instante de la vida.
¿Vives y amas la oración? Cuando te acuestas, ¿tus pensamientos están unidos con Cristo?