Escrito por Wendy Neill, Coordinadora de avance para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
La Biblia entera es la historia de nuestra relación con Dios. En el principio, Él formó un mundo perfecto, después creó un hombre y una mujer para que se multiplicaran, gobernaran sobre el mundo y caminaran en una relación con Dios. Pero ellos le engañaron y liberaron el mal en el mundo. Dios tuvo que desterrarlos del Jardín del Edén y Su relación con ellos quedó dañada.
A lo largo del Antiguo Testamento, vemos el ciclo de traición y restauración entre Dios y Su pueblo. Dios les dio leyes específicas sobre sacrificios para expiar sus pecados y que la relación pudiera continuar. Esos sacrificios sólo cubrían los pecados ya cometidos, no futuros pecados, por lo que tenían que regresar continuamente a ofrecer sacrificios de nuevo. Con el tiempo, el pueblo de Dios, dejo de molestarse en ello. Comenzaron a adorar otros dioses y perdieron completamente la pista de la Ley de Dios. En 2 Crónicas 34:14-21, el sacerdote Hilcías tropezó con el Libro de la Ley mientras sacaba los fondos para reparar el templo. Casi puedo imaginármelo en el almacén de un templo quitando el polvo de un libro viejo en el estante.
Para tener una idea de lo mal que estaban las cosas entre Dios y Su pueblo, lee Ezequiel 16. Dios dijo que estaba harto de Su “esposa” que se comportaba como una prostituta, y que iba a dejar que sus amantes la destruyeran (lo que se cumplió con la caída de Jerusalén en el año 586 a.C.). Pero incluso al final de ese escalofriante capítulo, Dios dice: “Sin embargo, yo sí me acordaré del pacto que hice contigo en los días de tu adolescencia, y estableceré contigo un pacto eterno” (Ez. 16:60 NVI).
No sólo Israel estaba alejado de Dios. Todos estábamos alejados de Él: “pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). Dios envió a Su Hijo para re-establecer ese pacto eterno y restaurar nuestra relación con Él.
Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado... Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación. Esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados. (2 Co. 5:15, 18-19a NVI)
¡Estoy tan agradecida de vivir a este lado de la cruz y conocer la gracia salvadora de Jesús! Puedo tener una relación restaurada con Dios por el supremo sacrificio de Cristo. Todo el pecado pasado y futuro está cubierto si permanezco en Él. Pero esto no acaba aquí. Leamos los siguientes versículos.
Y [nos encargó] a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios». Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios. (2 Co. 5:19b-21)
Pablo está hablando de sí mismo y de sus compañeros maestros, pero también nosotros podemos compartir este mensaje de reconciliación con los que están a nuestro alrededor. ¡Este es el evangelio, las buenas noticias! Ya no tenemos que temer la ira de Dios si permanecemos en Cristo. En el último capítulo de la Biblia, encontramos que podemos vivir con Dios de nuevo en una relación perfecta, libre de pecado:
Ya no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán; lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. (Ap. 22:3-4)
El tema de nuestro blog este año ha sido “Enseñando y aprendiendo a través de las relaciones”. ¿Cómo puedes regocijarte y enseñar a otras esta semana acerca de nuestra relación con Dios restaurada a través de Cristo?