Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Mi hermanita menor solía decorar vasos cerámicos para mí, pero tenía que dejar de regalármelos porque yo quebraba cada uno de ellos. Ella rescató el último antes de que yo lo pudiera quebrar. Quebrarlos nunca fue intencional. Los usaba siempre hasta que mi torpeza o un piso duro los quebraban.
Gracias a Dios, mi relación con mi hermanita no dependía de la vida de esos vasos cerámicos. Después de pasar por un tiempo de quebranto, nuestro compromiso a la relación, el pacto que hemos hecho, se ha fortalecido por el quebranto. (Ve el video sobre la Identidad redefinida que narramos juntas y que ilustra el quebranto.)
Aun así, lloramos cuando se nos quiebra algo. Las relaciones quebrantadas son más dolorosas y provocan más lágrimas que las cerámicas quebradas.
Cuando mi ex canceló la boda y terminó permanentemente nuestra relación dos meses y medio antes de caminar por el pasillo de la iglesia, quedé devastada. No sólo estaba quebrada la relación, más también yo misma quedé quebrantada, destrozada en mil pedacitos y desorientada más allá de un estado de confusión simple. El quebrantamiento se convirtió en mi compañero por más de tres años.
Cuando el pacto de una relación se quiebra, hay unas cosas inevitables que pasan:
- Perdemos la confianza en las personas.
- Perdemos la confianza en nosotras mismas.
- Dudamos nuestra confianza en Dios.
Solteras de nuevo, especialmente las divorciadas o separadas, siento mucho por lo que están pasando y por favor, quiero que sepan que, sin importar la etapa de su proceso de sanación, ¡no están solas! Además, por favor escuchen, ¡no se están volviendo locas! Los pactos quebrantados son un desastre y no son lo que Dios diseñó.
Si tu esposo rompió el pacto contigo, me lamento contigo en tu duelo. Nuestro Dios puede redimir lo que sea y hacer que las cosas salgan a bien en medio de lo malo (Rom. 8:28).
Si eres la que rompió el pacto, quiero por favor que sepas, que la redención y el perdón de Dios son posibles (Sal. 103:10-13; Ef. 1:7-8).
Si el quebranto del pacto fue necesario para tu seguridad o la de tus hijos, te aplaudo por tu valentía y le pido a Dios que haya personas a tu alrededor que puedan andar contigo y apoyarte en maneras tangibles (Sal. 103:6; Is. 61:1-3, 7).
Las relaciones están en el centro, son la base de quiénes somos y lo que nos define. Aprendemos y enseñamos a través de las relaciones, y no todas las lecciones son positivas. A veces aprendemos qué no hacer o tratamos de enseñar algo que desconocemos por cosas en nuestro pasado.
Hermanas, una cosa que aprendí es que no importa cuánto vacila mi confianza, el amor de Dios nunca cambia.
Tres lecciones clave que aprendí en mi temporada del pacto quebrantado de la relación:
- Dios es fiel eternamente y Su pacto es incondicional (Lam. 3:22-26; Heb. 13:20-21).
- Dios permite que los seres humanos tengan el libre albedrío, su voluntad propia, y lo tengo que aceptar (Gén. 2:16-17; Rom. 7:15-24).
- La redención y la sanación son posibles, pero sí toman tiempo (1 Pe. 2:24; Stgo. 5:16).
Como mencioné, una promesa quebrantada en una relación es profundamente dolorosa y nos hace dudar si podemos confiar en la otra persona a futuro. Mis dudas más profundas se trataban de la confianza en mí misma para saber si podía discernir bien el carácter de la otra persona, dado que había escogido estar con alguien que luego rompió sus promesas.
De varias maneras, todavía respetaba y amaba a mi ex, hasta tal punto que cuando hizo saber que su decisión fue definitiva, no luché contra ella, ni tampoco traté de convencerle, al contrario. Por su voluntad propia había elegido terminar la relación. Gracias a Dios, para nosotros, fue antes de entrar al pacto del matrimonio. Sin embargo, el quebranto que sentí fue como si hubiera quebrantado una relación así de profunda.
Con el tiempo, lo perdoné, pero no era algo de lo que podía olvidarme. Dios me acompañó en mi duelo. Lo hizo a través de amigos que me apoyaban, sus oraciones, y luego las mías. Dios fue paciente conmigo cuando tenía que sentarme en el balcón, lo más lejos del púlpito posible, porque la profundidad del dolor era proporcional a la cercanía al culto dominical.
Dios me amaba por mi adoración obediente, la hacía, pero no de corazón porque ¨no lo sentía¨. Dios me hablaba por versículos bíblicos que aparecían en las redes sociales, en conversaciones, en el estudio bíblico o en oración.
Después de aún más tiempo, Dios afirmó una cita que una amiga me compartió muy pronto en mi duelo: “El tiempo no sana toda herida. El tiempo revela cómo Dios sana toda herida.” ¡Amén!
Una parte de mi sanación ha sido una empatía profunda con las que han enfrentado un dolor similar. El consuelo que he recibido, lo he compartido con otras (2 Cor. 1:3-6).
Es mi oración que Dios revele Su fidelidad eterna de tal manera que eclipse cualquier pacto quebrantado de una relación.
¿Lo crees? Señor, ¡ayúdanos en nuestra poca fe!