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Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador2023 01 19 Aileen Bonilla

¿Quién no se ha visto envuelto en una relación complicada? Me atrevo a decir que todas. Jesús también estuvo en medio de esas confusas relaciones, obviamente, no porque Él causara conflicto alguno, sino porque vivió en este mundo caído. La realidad es que las relaciones no son complicadas, somos nosotras las complicadas.

Jesús, a diferencia de nosotras, tuvo y tiene toda la autoridad para reprender a quienes tienen un corazón conflictivo, ya que estos problemas se reflejarán a la hora de abrir sus bocas. Él manifestó en Mateo 12:34,

Porque de la abundancia del corazón habla la boca”.

El contexto de esta cita es cuando Jesús expulsó un demonio del cuerpo de un hombre quien se encontraba ciego y mudo. Los fariseos siempre estaban pendientes de todo lo que hacía Jesús para encontrar algún motivo de acusación. Ellos deseaban con todo su corazón que Jesús muriera. Este pasaje es una de las tantas escenas donde los Evangelios nos muestran lo difícil que fue para Jesús cumplir Su ministerio aquí en este mundo, donde todos están contaminados por la maldad.

No es de extrañarnos que en algún momento nos encontremos en medio de relaciones complicadas. Debemos tener el discernimiento correcto para darnos cuenta si somos nosotras piedras de tropiezo. Así como los fariseos intentaban tentar a Jesús, nosotras también seremos tentadas. Lo cierto es que, desde la caída en el huerto del Edén, el ser humano quedó incapacitado para relacionarse de manera correcta con los demás. Todas tenemos temperamentos distintos. Pero lo que sí nos debería quedar claro es que como cristianas y a pesar de todos estos conflictos internos no tenemos el derecho de tratar mal a los demás.

Recuerdo cuando estudié gastronomía junto con mi esposo, conocimos a una chica que tenía experiencia en cocina. Todo lo que hacíamos estaba mal para ella. Siempre que los instructores enseñaban algo nuevo, para ella era irrelevante. También cuando se equivocaba no era capaz de reconocer su error. Nadie quería acercarse a ella, ya que siempre gritaba y se burlaba de todos en el grupo. Esas actitudes en los cristianos porque son arrastradas del viejo hombre, por eso no debemos extrañarnos cuando en nuestras congregaciones existan personas difíciles de tratar.

Proverbios habla mucho de no juntarse con personas altivas, soberbias, iracundas, sabias en su propia opinión y la razón es porque las imitaremos; por lo general estas personas no desean ser ayudadas, ya que al ser sabios en su propia opinión detienen la obra del Espíritu de Dios. Jesús a pesar de estar en medio de estas personas complicadas se mantuvo intachable y Su Palabra nos dice que Él nos dejó buenas obras, es decir, buenos ejemplos para que andemos en ellos (Ef. 2:10).

Los fariseos atacaban constantemente a Jesús, no soportaban que hubiera otro Maestro mejor que ellos porque enseñaba con el ejemplo. Tenían envidia del Hijo de Dios, y este sentimiento es muy grave porque destruye todo a su paso.

La persona que tiene envidia querrá a toda costa invalidar la capacidad de la otra persona. La persona envidiosa está en competencia constante con los demás. Por esta razón muchas veces nuestro lugar de trabajo se torna pesado porque hay quienes están maquinando el mal y arrastrando a otros a esta misma situación. A pesar de que no siempre podremos escapar de un ambiente así, no nos debemos contaminar.

También habrá relaciones complicadas con nuestros seres queridos, ya sean estos hijos, hermanos, padres, esposo, etc. En algún momento la cuerda se tensa, pero para llegar a este límite es porque dejamos pasar las emociones. Ellas son capaces de crear toda una teoría por el mismo hecho de que primero sentimos y luego pensamos (Goleman, 336). No obstante, estamos llamadas a ser reconciliadoras para mostrar a Dios en casa y a donde vayamos.

En algún momento de mi vida también fui una persona complicada, esto se debía a que muchas personas constantemente me hacían daño y decidí en aquel entonces cerrar mi corazón a las amistades, a los hermanos en Cristo y a cualquier persona. No deseaba salir, e incluso sufría mucho de depresión. Pero Dios, en Su infinita sabiduría, me mostró que a pesar del daño pasado tenía que esforzarme para salir de ese cuadro. Hoy soy mucho más abierta a expresar mis emociones y dejo que todo fluya, siempre con cautela, pero tratando de ayudar a quienes lo necesitan. Cuando alguien me trata mal, me grita, me ofende y usa la culpa para hacerme responsable de sus emociones, voy al Padre en silencio, en completo silencio, ni siquiera lloro. Y el Padre me habla: “Quédate quieta, YO SOY DIOS”.

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