Escrito por Michelle J. Goff y publicado en el libro ¿Quién tiene la última palabra?
(Escrito más o menos en el tercer aniversario de un tiempo muy infeliz de mi vida.)
Siempre social y extrovertida, mi aspecto introvertido ha dominado en los últimos años. Puede que no haya sido muy obvio o evidente para quienes no me conocen bien.
Antes del trauma emocional de la rotura de mi relación de noviazgo, por mi prometido, nunca había experimentado la ansiedad social ni un ataque de pánico. Sin embargo, en los meses y años después de ese suceso, me sentí como una extensión de mí misma o alguien que era una sombra de quien verdaderamente soy.
No era una máscara. Se podría decir que estaba fingiendo para poder seguir adelante… porque sabía que la versión verdadera de mí misma seguía allí, esperando despertarse y volver a la tierra de los vivos.
La depresión severa te puede llevar a ese extremo. Y es un proceso por el cual uno tiene que pasar. No es que uno sale de allí, porque es una lucha continua para quienes sufren de depresión. (Vamos a explorar ese tema más en el capítulo 9: “Las mentiras que creemos cuando estamos desanimadas.”)
Los últimos tres años han sido muy estresantes e intensamente emocionales por razones y en maneras que no valen la pena explicar. No voy a detallarlas porque mi enfoque actual es de agradecimiento.
Conversación abierta, honesta, y auténtica ha caracterizado mi interacción con muchos sobre los desafíos que he enfrentado. Y por lo tanto, me emociona poder decirte que en los días recientes, me complace poder ver mi cabeza salir de la neblina que me ha rodeado.
Esta noche fue la primera vez en mucho tiempo que he querido participar en la reunión de la iglesia fuera del domingo por la mañana. Canté con convicción, oré con pasión, y saludé a otros con interés genuino.
¿Eso significa que lo que he hecho en los últimos tres años ha sido insincero? ¿Lo hacía para gloriarme o cumpliendo con las acciones por hacerlas? De ninguna manera.
Todo fue hecho por fe. Fe en Dios para redimirme y restaurar mi primer amor. Fe en Dios para seguir guiando mis pasos y aclarar mi llamado. Fe en otros de que fueran pacientes conmigo durante el proceso. Fe a pesar de las lágrimas, pesadillas, ansiedad, depresión, dolor, frustración, y estrés…
Y ahora, si esta emoción me dura sólo un día más o una semana, doy gracias a Dios de que, por fe, he llegado a un momento en que quería ir a la iglesia esta noche – no para cumplir con mis responsabilidades, sino sabiendo que al llegar, encontraría gozo. Esta noche, por fin, quería ir a la iglesia para ser la iglesia y estar con la iglesia, adorar con otros cristianos y celebrar nuestra fe, para hacer y ser lo que define la iglesia.
Porque la fe no se basa en una emoción. Se basa en la obediencia y la confianza en quien nos puede devolver a la versión verdadera de nosotros mismos y transformarnos más y más en la imagen de Su Hijo.
Entonces, te invito a regocijarte conmigo en el poder de la fe. Te animo a perseverar en fe y esperanza. Y le pido a Dios que te fortalezca para seguir obedeciendo por fe, aun si pasas un día, una semana, un mes, o unos años sin “sentirlo.”