Escrito por Liliana Henríquez
Soy venezolana de nacimiento, pero tengo 4 años viviendo en Bogotá, Colombia. Y aunque muchos dirán, así como yo también decía antes de emigrar: “Venezuela y Colombia son países vecinos, así que no deben tener grandes diferencias, ¿cierto?” ¡Pues debo decir que sí hay muchas diferencias! Como estas:
• En Colombia rellenan las empanadas con arroz. En Venezuela nunca usamos arroz para las empanadas.
• En Bogotá específicamente, son muy formales al hablar. Generalmente se dirigen el uno al otro con un “Sí, señora,” “Sí, su merced,” “¿Me hace el favor?”, etc. En Venezuela somos muy familiares y tratamos a todos como si fueran nuestros amigos, le decimos “mi amor” a todo el mundo sin implicaciones románticas.
• En Colombia, un esfero es un bolígrafo, un tajalápiz es un sacapuntas y un tinto es un café negro. Hay muchas palabras diferentes y que es necesario aprender para darnos a entender y hablar el mismo “idioma.”
• En Venezuela, me atrevería a afirmar, que toda la gente ha ido a la playa al menos una vez. En Colombia, conozco gente que no ha visto el mar ni una vez en su vida. ¡Asombroso!
• En Colombia, es normal ver la ensalada de frutas acompañada con queso rallado o el dulce de guayaba (o bocadillo) con queso tajado. En Venezuela, no es común ese tipo de combinación dulce-salado.
• En Colombia, la gran mayoría de los días feriados son lunes. En Venezuela, el día es indistinto, lo importante es la fecha.
• En Colombia, el día de la amistad es en septiembre en vez del 14 de febrero como lo celebramos en Venezuela.
Esas son algunas de las diferencias que he visto entre ambas culturas. Mi primer año en Bogotá fue muy impactante. Pasé de vivir en una ciudad muy pequeña en Venezuela (Punto Fijo, Estado Falcón) de unas 300.000 personas, a una de las ciudades más grandes de Latinoamérica, como lo es Bogotá, que tiene alrededor de 9.000.000 de personas. Ver tanta gente en las calles y en el transporte público, era verdaderamente abrumador.
Sin embargo, uno de los consejos que recibí cuando recién llegué fue: “Tienes que ajustarte a la ciudad. Hazte grande, pero sin perder tu esencia.” Eso hice. Me dediqué a conocer a la gente, su cultura, su forma de hablar y sus costumbres; y luego de ver las diferencias, comencé a ver las similitudes.
En el ambiente congregacional, me di cuenta que cantaban los mismos himnos que yo conocía, el orden del servicio era muy parecido, teníamos la misma doctrina y el mismo deseo de alabar a Dios. Al final, no éramos tan distintos como pensaba.
Sumergirme en la cultura colombiana obviamente me hizo redefinirme a mí misma, porque tuve que dejar un poco de lado mi cultura venezolana, para lograr mi adaptación a este nuevo país. Ahora soy la venezolana que entiende al colombiano, que entiende que se puede ser igual y diferente al mismo tiempo, que tiene un mismo sentir con los hermanos de la iglesia y que no usa la cultura como un impedimento para servir a Dios en esta tierra.
No importa de dónde seamos, podemos ajustarnos culturalmente al país donde estemos viviendo, pero SIN perder nuestra esencia cristiana. Si Jesús es quien nos une, no hay diferencias culturales que puedan separarnos. Debemos enfocarnos en tener un mismo propósito: glorificar el nombre de Cristo y predicar el evangelio. Jesús es lo único y lo más importante que debemos tener en común, así como lo dijo Pablo:
“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.” 1 Cor. 1:10 (RV 1960)
Si estás inmersa en una cultura distinta a la de tu origen, te pregunto: ¿Te estas enfocando más en las diferencias culturales de tu nuevo país o te estás ajustando y al mismo tiempo, estás conservando tu esencia?