Escrito por Débora Rodrigo
Mi hija ha sido siempre una niña muy sana. Gracias a Dios hemos tenido que ir con ella al médico en contadas ocasiones. Casi nunca se queja de dolores de estómago, cabeza, oídos o cualquier otro malestar. Incluso cuando era una bebé pocas veces escuché el llanto de dolor característico de los primeros meses de vida.
En una ocasión, recuerdo que estaba jugando con sus manitas, sonriendo y balbuceando alegremente como hacen los bebes cuando están contentos. Como madre, no pude resistirme a acariciar su carita, y entonces me di cuenta de que su temperatura no era normal, estaba más caliente de lo que debería. Inmediatamente le puse el termómetro, y en efecto, ¡tenía fiebre! ¿Cómo era posible que no se quejara y estuviera jugando alegremente como si nada?
Nuestra salud espiritual es muchas veces similar. A veces, entretenidas y distraídas por los quehaceres de nuestras vidas, dejamos de ocuparnos de nuestra salud espiritual y nos descuidamos, pensando que estamos sanas puesto que no sentimos grandes síntomas preocupantes, pero dejando pasar por alto esos grados de “fiebre espiritual” que nos darán problemas si no los tratamos a tiempo.
Puede que tengamos cerca algún amigo o familiar que perciba esos pequeños síntomas y tenga la valentía de hacernos conscientes de ellos. Pero la verdad es que las primeras responsables de comprobar el estado de salud de nuestro espíritu somos nosotras mismas, así que deberíamos tener el “termómetro espiritual” a mano y revisar nuestros síntomas con mayor frecuencia.
Estamos sanas espiritualmente cuando nuestro interior es un hogar acogedor para el Espíritu Santo, que vive dentro de nosotras. Si esto ocurre, los frutos del Espíritu, como frutos que son, brotarán y se desarrollarán de forma natural en nuestro día a día y seremos mujeres amorosas, gozosas, pacificadoras, pacientes, benignas, bondadosas, fieles, mansas y con autodominio (Gál. 5:22-23). ¿Estás fallando en alguno de estos atributos? Tal vez éste sea el síntoma que necesitabas ver para comenzar a tomar la “medicina” que necesitas.
Observa tu comportamiento y la forma en que hablas y tratas a otros. Busca en ellos los frutos del espíritu. Si no aparecen con facilidad, seguramente debes hacerte un chequeo espiritual. ¡No dejes que tu enfermedad avance!