Me encanta escuchar a los niños orar. Sus peticiones sencillas y la fe de los niños me recuerda que no hay una oración demasiado pequeña ni demasiado grande para Dios.
“Dios, gracias por mi familia. Y mi perro. Y mi cobija. Y mis Legos. Y mi comida. Y mi jugo…”
“Dios, por favor, sana a mi abuela. Está enferma y eso hace triste a mi papá.”
“Dios, por favor, haz que los monstruos se vayan. Me dan miedo.”
“Dios, gracias por mis zapatos nuevos que me ayudan a correr súper rápido.”
“Dios, mi perrito está perdido. Y extraño mucho a mi perrito. Quiero que vuelva a casa. Por favor, cuídalo y tráelo a casa de nuevo.”
“Dios, por favor, ayúdame a obedecer a mi mamá y a mi papá. A veces, es difícil, pero cuando desobedezco, ellos se ponen tristes.
La honestidad, vulnerabilidad y confianza que un niño pone en Dios por sus oraciones sencillas son un tremendo ejemplo del espíritu con el cual debemos acercar a nuestro Padre Celestial.
Aquí les doy unas cosas que he aprendido de las oraciones llenas de mucha fe que hacen los niños:
No hay nada insignificante por el cual podemos dar gracias a Dios.
Dios es el mejor Sanador y el Gran Médico.
Dios nos acompaña en nuestro dolor.
Dios nos protege y calma nuestros temores.
Dios se regocija con nosotros en las cosas pequeñas.
Dios anhela que todos los que amamos lleguen a morar con Él.
Dios honra nuestras confesiones de pecado, nos perdona, y nos fortalece para no volver a pecar.
¿Qué es lo que te enseñan las oraciones de los niños sobre cómo es Dios y cómo le acercas en oración?