“A todo el que se le haya dado mucho, mucho se demandará de él; y al que mucho le han confiado, más le exigirán.” Lucas 12:48b
La aplicación económica de este versículo es apropiada y relevante después de la campaña “Un Día para Dar” y cómo animamos a todos a dar su donación del fin del año. Como ministerio, nos honra y nos humilla poder cumplir con lo que Dios nos ha llamado hacer por la generosidad de nuestros socios. ¡Gracias! Y si se te pasó la oportunidad de dar durante Un Día para Dar, todavía hay tiempo para hacer una donación.
Pero he reflexionado mucho sobre las otras facetas de la aplicación de este versículo, las espirituales. Compartir nuestras bendiciones con otros es una declaración de nuestro aprecio por las bendiciones que hemos recibido. Lo que me ha sido dado puedo y debo dar a otros.
El perdón que doy a otros está correlacionado con el perdón que el Padre me da (Mt. 6:14-15).
La gracia con la que hemos sido tratados debe ser compartido con otros (Mt. 18).
La compasión que el Padre ha demostrado al no tratarme como merezco me inspira a extender compasión a otros.
Pero si no reconozco lo que he sido dado, seré tacaño y no compartiré nada.
¿Quién soy yo para juzgar quiénes merecen las bendiciones o no? Sin embargo, me identifico con la rabia del hermano mayor y me caigo en la trampa de pensar que merezco más (Lc. 15:25-32). Pero si dependiera de mérito o lo que merecemos… pues, menos mal no es así. ¡Doy gracias a Dios que no es así (Sal. 103:10-14)!
Somos mayordomos de nuestras bendiciones (Mt. 25:14-30) y cuando las compartimos, Su luz brilla más fuertemente (2 Cor. 4:5-7).
¿Por qué dar?
Servimos a un Dios de abundancia (2 Cor. 9:8-15). Sus bendiciones son sin fin (Fil. 4:19). Da generosamente a todos (Sant. 1:17). Y somos bendecidos al poder dar de lo que hemos sido dado. Y de esa forma multiplicamos las bendiciones.