Agotados sería una descripción adecuada para varios miembros de mi familia.
Agotada de las migrañas crónicas.
Agotado de las pérdidas de trabajo.
Agotados de navegar el “nuevo normal.”
Agotada de las demandas físicas, mentales y emocionales por servir a niños especiales en el trabajo.
Agotada del viaje.
Agotada del quebranto del corazón.
Agotada por la niña de tres años.
Agotada de _________.
Agotada de la vida.
Gracias a Dios, hay un fin a ese cansancio y agotamiento. Me he reído al decir que “El mundo no es mi hogar,” podría ser mi canción lema, en vista de los muchos lugares que he vivido y culturas que he conocido. He proclamado esa canción como bandera de honor que trasciende las fronteras que este mundo finito establece y mantiene.
Sin embargo, me ha compungido el significado más profundo de la letra y el título de esa canción.
El mundo no es mi hogar, soy peregrino aquí. En la ciudad de luz, tendré tesoro sí. Mi celestial hogar por siempre gozaré, y la vida pasada jamás desearé…
No debo de sentirme en casa aquí en la tierra. El agotamiento que me cansa es parte de los gemidos de una tierra imperfecta que anhela llegar al verdadero hogar.
Voy a proclamar una nueva perspectiva sobre mi agotamiento: un recordatorio de mi hogar verdadero…
Donde descansaremos.
Tendremos la eternidad para disfrutar la transformación hacia la perfección espiritual.
No más dolor.
No más demandas físicas, mentales o emocionales.
No más viajes, excepto para cruzar las calles de oro para visitar con otros cristianos.
No más quebranto de corazón.
No más frustraciones.
Vida eterna.
El verdadero hogar.
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