Durante el proceso de transformación, dejamos lo feo y lo doloroso al mover hacia la libertad. Sin embargo, si las cosas no progresan tal como esperamos, entra el temor y anhelamos volver a lo conocido, lo familiar, no importa cómo eran de mal las cosas anteriormente.
No somos los únicos a caer en esa trampa de temor.
A los Israelitas les fue horrible en Egipto. Fueron esclavos y las condiciones empeoraron. La salvación de Dios vino a través de Moisés, pero poco después de salir de Egipto, se decayó su esperanza por la salvación. Su temor fue mayor que su fe.
El faraón iba acercándose. Cuando los israelitas se fijaron y vieron a los egipcios pisándoles los talones, sintieron mucho miedo y clamaron al Señor. Entonces le reclamaron a Moisés: —¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros? ¿Para qué nos sacaste de Egipto? Ya en Egipto te decíamos: “¡Déjanos en paz! ¡Preferimos servir a los egipcios!” ¡Mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto! (Éx. 14:10-12 NVI)
¿Qué te tiene esclavizada? ¿En qué aspecto de tu vida necesitas una transformación, una dosis de fe y no de temor? Te animo hoy con la respuesta que les dio Moisés en los siguientes dos versículos:
—No tengan miedo —les respondió Moisés—. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes. (Éx. 14:13, 14 NVI)
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