¡Escúchenlo!
Escrito por Débora Rodrigo
Como seres humanos, hemos sido bendecidos con el enorme regalo de poder hablar. Hablando podemos comunicarnos, expresar nuestros sentimientos, pedir ayuda cuando lo necesitamos, y un largo etcétera. Pero muchas veces, utilizamos en exceso este regalo divino dejando en desuso otro don de igual o mayor bendición: el de escuchar.
Numerosas investigaciones hablan de los beneficios de escuchar más y hablar menos. Algunos han afirmado incluso que esta es precisamente la clave del éxito. Y es que parece que hay mucho de cierto en aquello de quien más habla, más se equivoca. Pero no sólo se equivoca más, sino que pierde la oportunidad de escuchar, y por lo tanto de aprender y adquirir conocimiento. Muy probablemente éstas sean algunas de las razones por las que Santiago escribió aquello de: “Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar” (Stgo. 1:19).
Los discípulos, como humanos que eran, tenían el mismo problema de hablar más de la cuenta. En un conocido pasaje en los evangelios se nos narra una de las veces en las que Pedro estaba hablando sin saber muy bien qué decir (Mateo 17:1-8). En él, Jesús toma consigo a Sus tres discípulos especiales y los lleva a un lugar aparte. Los evangelios nos narran cómo allí, ante ellos, Jesús se transfiguró, y aparecieron junto a él Moisés y Elías, que conversaban con Él. Me imagino las caras de asombro de Pedro, Jacobo y Juan, completamente atemorizados por lo que estaba pasando ante ellos. Era seguramente un momento para escuchar y no hablar. Pero no fue eso lo que ocurrió.
Mientras Jesús conversaba con Moisés y Elías, Pedro irrumpió en la conversación y le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería que nos quedemos aquí! Si quieres, levantaré tres albergues: uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías” (Mt. 17:4). Sin embargo, notemos cómo el evangelio de Marcos puntualiza que Pedro habló a pesar de que “no sabía qué decir, porque todos estaban asustados” (Mr. 9:6). Tal vez, hubiera sido mejor permanecer calladito y escuchar esa conversación que Jesús mantenía con Moisés y Elías (Mr. 9:4). ¡No a cualquiera se le ofrece el privilegio de presenciar tal acontecimiento!
Veamos qué ocurrió después. Inmediatamente, mientras Pedro aún estaba aportando su opinión, una nube los cubrió, y se escuchó una voz que decía: “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con Él. ¡Escúchenlo!” (Mt. 17:5).
Imagino que Pedro captó el mensaje. Supongo que los otros discípulos presentes entendieron también que cuando la voz del Hijo es audible, no necesitamos taparla con la nuestra. En el día de hoy, ¿qué te llevan tus propias emociones y las situaciones que vives a decir? ¿Has escuchado al Hijo? ¿Estás segura de que tienes algo mejor que decir? ¡Escúchalo!
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