Pensé que ya mis arbustos de rosas se habían muerto. Lo que hice para cortar y recortar parecía más como un horrible corte de cabello que no dejó nada. Mis pulgares no son verdes, sino negros. Es decir, no tengo ningún talento para las plantas. Por ende, las instrucciones que me había dado una amiga talentosa con los jardines, se alejaron de mi memoria y lo poco que me acordé estaba borroso y confuso. Estaba segura de que había fracasado a mis arbustos de rosas.
Comenzó el auto-hablar negativo, “¿Cómo puedes dirigir un ministerio para Hermanas ROSA de Hierro si no puedes mantener vivo un solo arbusto de rosas?”
Gracias a Dios, Él es un redentor y es jardinero supremo. Toma mis esfuerzos y los florece en una obra maravillosa que da fruto.
Lo que pensé que fuera un arbusto muerto era sencillamente uno en proceso de reconstrucción. Lo que dejé por rendido en mí misma era apenas el comienzo de la transformación que Dios estaba realizando en mi vida.
Una de mis frases favoritas siempre ha sido, “Si no estás creciendo, estás muriendo.” Y lo sigo creyendo. No podemos caer en la trampa del mito de estancamiento. No podemos permitirnos decaernos y volver para atrás, olvidándonos de la salud espiritual.
Sin embargo, recientemente, me he dado cuenta que a veces, cuando parece que hay una falta de crecimiento, Dios está trabajando tras bastidores en la transformación de un tiempo de muerte a una oportunidad de un nacimiento de nuevo.
Mis arbustos estarán floreciendo con nueva vida. Y mi salud espiritual también. Estoy agradecida por la transformación renovada en las áreas en las que Dios mismo tenía que hacer unos recortes.
Si no estás creciendo, estás muriendo. Pero ¿estás dejando que Dios haga Su trabajo como Jardinero supremo para realizar el crecimiento necesario?
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