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¿Alguna vez has experimentado algo de que no puedes dejar de hablar, algo que fue tan emocionante, de tanta bendición que te sentiste obligada de compartirlo con otros?
Los discípulos sí. Y no les importó como reaccionaron otros a las noticias.
El poder de la resurrección nos impulsa a compartir las buenas nuevas de esperanza que sólo vienen por Cristo. Pedro y Juan lo dijeron claramente cuando fueron perseguidos por haber sanado a un cojo y hablado de la resurrección. Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído (Hechos 4:20). No podían callarse. Las noticias eran tan buenas y tan transformadoras para quedarse en silencio. Y no se trató de los hombres, sino del mensaje que compartieron y Él con quien habían pasado su tiempo.
Por esa misma razón, me fascina un versículo anterior en Hechos 4. El versículo 13 dice, “Los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús” (Hechos 4:13).
El desafío para ti hoy es el siguiente:
¿Se nota cuando has estado con Jesús? ¿Siempre caminas con Él de tal forma que otros se den cuenta?
¿Estás tan llena de la esperanza y el amor de las buenas nuevas de la resurrección que no puedes dejar de hablar sobre ella con otros?
Nota adicional por Katie Forbess, presidenta del MHRH:
Jesús no pide que nos quedemos frente a la tumba, contemplando la resurrección. Pide que compartamos el evangelio. Hay tantas maneras para hacerlo. Hay clases de Biblia para enseñar, cartas para escribir, cursos por correspondencia para corregir, prisiones para visitar, congregaciones pequeñas para animar, y asilos de ancianos donde podemos cantar. Si el poder transformador de Jesús ha tocado nuestras vidas, ¡debemos tocar las vidas de los demás con las buenas nuevas del evangelio! Pero la manera más directa para compartir el evangelio es al contar nuestra propia historia. No es un resumen de nuestro currículo: donde trabajamos y lo que hacemos para Dios, sino lo que Él continuamente hace para con nosotros. Nos salva. Nos sostiene. Se regocija sobre nosotros.
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Recién salimos de viaje en el carro e íbamos a estar manejando toda la noche de regreso a Denver, Colorado. Habíamos pasado el fin de semana visitando a mi abuelo, en su granja en el estado de Iowa. Yo estaba sentada atrás con mi sobrino, Kadesh, que estaba por cumplir los dos años.
Kadesh Austin fue nombrado por su bisabuelo Dean Austin, y resulta que tienen más que sólo el nombre en común.
Al empezar el viaje, saqué mi iPad para escribir un poco, pero Kadesh tenía otra idea. Quiso tomarme de la mano para poder quedarse dormido. “Toma mi mano, Tía M.” Y, ¿quién soy yo para discutir con él por eso? Cerré el iPad y tomé el tiempo para tomarle de la mano.
Miramos las estrellas, nos maravillamos de la luna llena, y señalamos los carros que nos iban pasando. En muy poco tiempo, se quedó dormido y volví a mi tarea de escribir, contenta de haber tomado su mano y disfrutado del amor mutuo y la relación entre nosotros.
Me recordó momentos similares, sentados en el sofá con mi abuelo ese mismo fin de semana. Tenía a una nieta a cada lado y, sentados allí, nos tomamos de la mano. Nos tomamos de la mano antes de comer. Nos tomamos de la mano para ayudarle a pararse del sofá. Pasamos muchos momentos especiales y fortalecimos el vínculo como familia al tomarnos de la mano.
Te animo hoy a tomar la mano de alguien, un niño, un abuelo, tu pareja, una amiga… Hay muchos que apreciarían ese toque amoroso, y serás bendecida al hacerlo.
Dios nos invita a apartar un momento y tomarle de la mano todos los días. Durante tu tiempo de oración hoy, imagínate tomada de la mano de Dios al hablar con Él y escucharle en oración. Imagínate en su mano derecha al caminar juntos en el día.
(Tomado de En la mano derecha de Dios: ¿A quién temeré?)
#HermanaRosadeHierro #enlamanoderechadeDios #momentos